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Arantza Santesteban Historiadora

Micromachismos

No somos histéricas, no somos paranoicas, somos vuestras compañeras, las mismas que amanecemos cada día en esta estructura patriarcal que hoy se viste con un falso traje de igualdad formal

Admito que se me pone un nudo en el estómago antes de escribir lo que a continua- ción voy a expresar. Me propongo hablar de un tema tan extendido y tan poco reconocido como son los micromachismos. Me sorprendo a mí misma preocupada por lo que mis palabras puedan provocar, sobre todo, en el sector masculino. Y es que además de padecerlos en nuestras propias carnes, una casi tiene que pedir permiso para denunciarlos. Es la lógica del poder masculino, esa en la que vivimos, esa en la que hemos sido educadas y, también, esa en la que desarrollamos nuestra militancia política y social. Y es que la hegemonía masculina y las relaciones de poder que establece respecto a las mujeres no nos autoriza a que levantemos demasiado la cabeza. Así, cuando se nos ocurre en algún momento protestar por lo injusto de nuestra situación, se nos mira con una mezcla de hastío e incomodidad y rápidamente se activa todo un mecanismo psicosocial que actúa para ridiculizar y desacreditar aquello que estamos evidenciando.

Y sin embargo, no conozco otra realidad tan endémica como la que sufrimos las mujeres y que al mismo tiempo esté tan asumida y tan neutralizada. Es neutralizada por aquellos que no están dispuestos a cuestionar y renunciar a los beneficios que tienen por actuar dentro de los parámetros que configuran las relaciones de poder entre los sexos. Y esta actitud de resistencia al cambio la protagonizan sujetos de toda raza, condición social e ideología. Los de derechas y los de izquierdas, ricos y pobres, en cualquier parte del mundo; también en Euskal Herria.

Todas las mujeres somos objeto de estos micromachismos. Todas sufrimos a diario situaciones que, aunque estén lejos del bofetón o de la cuchillada, nos someten y nos recuerdan que en las relaciones de poder entre los sexos nosotras estamos en situación de inferioridad. Y no es que únicamente vivamos en desigualdad porque nos matan y nos violan, sino también porque operan estos microimpulsos con una constancia y una permeabilidad que espantan. Siguen en activo los tics que cuestionan constantemente cualquier atisbo de liberación en una mujer. Porque si planteas tus reivindicaciones enseguida te tildan de feminazi, si protestas por nuestra invisibilización te tachan de pesada, si tienes proyección pública te juzgan por tu apariencia física y si escribes en un periódico recibes críticas que nunca recibiría un hombre.

Pues bien, no somos histéricas, no somos paranoicas, somos vuestras compañeras, las mismas que amanecemos cada día en esta estructura patriarcal que hoy se viste con un falso traje de igualdad formal. Somos nosotras, y necesitamos seguir siéndolo. Y necesitamos a nuestro lado a compañeros que no se atrincheren en posturas defensivas, sino que sean conscientes, se muestren empáticos y se impliquen en la deconstrucción de esta relación jerárquica de poder en la que las mujeres difícilmente nos sentimos representadas.

Para terminar, quisiera enviar un cálido abrazo a las compañeras que se reunirán estos días en Leitza.

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