Mikel INSAUSTI

El veterano cineasta Ventura Pons se ha especializado en adaptaciones de escritores catalanes, y como quiera que es de los que dirige una película al año, el buen o mal resultado de entre sus muchas autoproducciones depende en gran medida del material literario que maneja en cada ocasión. Con “Año de gracia” parece haberse querido tomar un descanso, ya que ha partido de un guión propio muy de andar por casa. No hay más que ver lo localista del título, que alude doblemente al barrio de Barcelona y al nombre de la protagonista, e incluso al efecto cómico que la película quiere provocar en el público. Es como si se quisiera economizar o abarcar mucho con los mínimos elementos, y al final la hora y media se hace eterna porque el producto no deja de ser un anuncio alargado de una campaña oficial de la Generalitat, que bajo la denominación de “viure i conviure” es la que ha inspirado este argumento que llama a la convivencia entre ciudadanos de generaciones opuestas, entre abuelos y nietos. Es de suponer que el hecho de compartir el catalán como idioma común ayudará a ello, realidad que se pierde por completo en una insufrible versión doblada al castellano.

El doblaje tampoco permite apreciar bien las interpretaciones, salvo en los casos de Rosa María Sardá y Santi Millán, a cuyas voces estamos más acostumbrados. No así con el debutante Oriol Pla, que pierde toda su supuesta naturalidad en la traducción. El chico y la experimentada actriz interactúan bien, despertando una simpatía que no es suficiente para salvar la relación entre sus personajes, debido a que está desarrollada de forma demasiado previsible. Todo lo que cuenta la película está tan visto que ni siquiera hay un verdadero desenlace, terminándose simplemente porque la anécdota central ya no da más de si. Lo peor es que esta comedieta sobre una jubilada y el estudiante con el que comparte piso llega casi a la vez que “Intocable”, mucho más perfecta en la descripción humorística del binomio dependiente-cuidador.