Protestas sociales en Irak
La primavera marchita en Bagdad
Irak no quiso quedar hace un año fuera de la estela de la «primavera árabe» que recorrió, con mayor o menos éxito, varios países. Pero las demandas de reformas fueron brutalmente reprimidas en el Irak ocupado. Sus protagonistas todavía recuerdan las torturas y amenazas de las fuerzas de seguridad.
Andoni BERRIOTXOA
Apenas un centenar de manifestantes se reúne en la plaza Tahrir de Bagdad en el aniversario de la «primavera árabe» iraquí. «Estoy decepcionado, la situación no hace más que empeorar en Irak y no está toda la gente que debería haber, estoy muy decepcionado». Habla Yassar Ali, joven manifestante iraquí que levanta el puño al cielo y clama por un Irak más justo. Sumido en una grave crisis política, el Gobierno de Nuri al-Maliki, parece haber ganado la batalla a las protestas.
La plaza Tahrir esta totalmente militarizada, vigilada desde los edificios altos por francotiradores y por guardias que cachean en plena calle a cualquier viandante que tenga que cruzar la famosa plaza de la Libertad de la capital mesopotámica.
«Pudo haber algún capón por parte de algún miembro de la Policía, pero fue un hecho aislado, sin más transcendencia». Saad al-Muttabili, miembro del Gobierno de Al-Maliki, antiguo exiliado en Gran Bretaña, aclara la versión oficial de los hechos acaecidos hace ahora un año. «Son sectores de la sociedad que están preparados para la violencia, para agredir a los agentes de la seguridad, porque también tenemos anarquistas, comunistas y gente violenta dentro de la sociedad iraquí, pero nuestras fuerzas de seguridad supieron estar a la altura y no caer en las provocaciones violentas de estos sectores. No le doy ninguna credibilidad a esos informes de esas asociaciones», explica a GARA Saad al-Muttabili desde su despacho, vigilado continuamente por un guardaespaldas que hace las veces de chófer y sirviente con los huéspedes.
Sin embargo, los detenidos en aquellas manifestaciones tienen otra versión de lo que ocurrió. Los que salieron a la calle en aquellas fechas a pedir profundas reformas en un Gobierno acusado de corrupción y sectarismo, impulsados por la llamada «primavera árabe» que comenzó con protestas en Túnez, Egipto, Libia y en otros muchos países árabes, relatan torturas y amenazas por parte de las fuerzas de seguridad iraquíes.
«Me llevaron a una prisión del aeropuerto, me pegaron y me tuvieron en una celda las 24 horas del día de pie. A los doce días fui liberado sin ninguna acusación formal, después de recibir amenazas contra mí y contra mi familia», asegura Maan Thamer, estudiante universitario en la Universidad de Bagdad y uno de los activistas más visiblesde la «primavera árabe» iraquí.
Ahmed Albahdadi de 18 años, que también fue detenido por las manifestaciones, declara que «me acusaron de ser baazista (del partido Baaz del antiguo líder iraquí Sadam Hussein) y les dije que cuando Saddam Hussein fue derrocado yo solo tenía diez años y que por pura lógica no puedo ser del partido Baaz». Aún así la población que se manifieste en contra de la política de Al-Maliki puede ser acusada de pertecener a la formación política del ejecutado más famoso de Irak, el expresidente Saddam Hussein, el partido Baaz, actualmente ilegalizado y en la clandestinidad más absoluta; de ser miembro de la insurgencia suní o de formar parte de Al-Qaeda, que en este país es conocida con el nombre de Estado Islámico Iraquí.
Las denuncias se amontonan
Según un reciente informe de Human Right Watch (HRW), las declaraciones efectuadas por estas personas arrestadas tras las manifestaciones del 25 de febrero no son los únicos casos de tortura que han sufrido los detenidos. En un país donde la pena de muerte se aplica con asiduidad y sin ningún remordimiento -más de 40 ejecutados desde el inicio del año 2012 -, las denuncias por casos de tortura hacia la población civil se amontonan sobre las mesas en los despachos del Gobierno.
Así, por ejemplo, la población homosexual está amenazada y es objeto de detenciones y torturas por parte de las fuerzas de seguridad de forma continua e indiscriminada. «Muchas veces los cadáveres de los torturados llegan al hospital y los médicos ya saben que se trata del cuerpo de un homosexual por el tipo de torturas que se le han infligido, como por ejemplo pegarle el ano con pegamento y darle de comer sin parar para que reviente por dentro». Madi, nombre ficticio de una activista por los derechos y la libertad de la población homosexual en Irak, relata los casos sufridos por sus amigos, mientras se esconde en una casa de un barrio de Bagdad, amenazada por su familia y por las milicias chíies, fuerzas paramilitares ejecutoras de las ordenes más brutales que, según muchos, controlan el Gobierno.
Las acusaciones contra el Ejecutivo liderado por Al-Maliki no paran de crecer desde la salida de Estados Unidos tras la invasión de 2003.
Considerado uno de los países más ricos en recursos energéticos del mundo también lidera la clasificación de los países más corruptos del planeta. La «primavera árabe» estalló el año pasado, cuando el país permanecía bajo la ocupación estadounidense, pero fue acallada de forma brutal, con detenciones y torturas.
En un país donde las milicias tienen carta blanca para actuar con total impunidad, no parece que la primavera vaya a florecer en breve. A pesar de las legítimas demandas de los que claman y levantan el puño, la primavera tendrá que esperar a que pase el invierno, por lo menos en Bagdad.
En un país donde la pena de muerte se aplica con asiduidad, las denuncias por casos de tortura hacia la población civil se amontonan sobre las mesas en los despachos del Gobierno.