GARA > Idatzia > Iritzia> Gaurkoa

Mario Zubiaga Profesor de la UPV-EHU

Metástasis moral

 

El debate mediático de estos días, como el de los últimos meses y años, nos ha retrotraído a Trento. Al concilio de Trento. Donde y cuando debiéramos hablar de autodeterminación, construcción nacional o proceso constituyente, hablamos de perdón, arrepentimiento, condena y humillación. Hemos pasado de los debates civilizados del siglo XXI, que giran en torno a las nuevas propuestas de democracia territorial, al oscuro siglo XVI y el Santo Oficio. Es decir, donde y cuando se debiera estar hablando de política, se habla de moral.

El pensamiento política y penalmente correcto afirma que este es el feliz resultado de la victoria moral de los demócratas buenos frente a los terroristas perversos. Pero no nos hallamos ante una victoria moral, sino ante una victoria de la moral. Algo sustancialmente distinto.

El combate discursivo entre los actores sociales y políticos se dilucida en términos de sintonía y sincronía con nuestra forma de ver el mundo: el discurso se adapta al marco dominante y, al mismo tiempo, lo modifica. En un momento determinado, -los lemas acertados no son para siempre-, el discurso concreto de uno u otro actor sintoniza mejor con una forma determinada de entender la realidad, un marco discursivo dominante (master frame) en la sociedad. Así, se puede encuadrar el conflicto vasco en el marco-maestro «democracia», o en el de «nación», y en función de esos marcos, los actores elaborarán sus discursos y competirán con los de otros actores. Así, hay, al menos, dos modos de definir el «déficit democrático» en Euskal Herria, o dos formas de entender «la nación vasca», como agredida, o como agresora.

Sin embargo, el combate dicursivo más profundo es el que se refiere a la fijación del modo de observar la realidad que va a tener primacía sobre los demás: ¿Vamos a ver el conflicto vasco con las gafas de «la democracia», de «la nación» o de «la moral»? En nuestro caso, las gafas son multifocales, pero la sobreexpresión de un marco dominante moral es un logro esencial de los actores sistémicos. En el momento en el que la mayoría de la sociedad asume que las gafas primeras son las de la moral, el discurso concreto de los actores no tiene más que resonar o sintonizar con ese marco dominante. En eso consiste la estrategia de enmarque o framing discursivo: «llevar a todos al huerto que nos interesa». Veamos un relato discursivo típico en perfecta sintonía con dicho marco moral:

«No existe un conflicto político entre Euskal Herria y España o Francia. El conflicto es la violencia inmoral de ETA y sus acólitos. Cuando ETA se disuelva, se terminará el conflicto vasco, habrá paz. Las discrepancias políticas deben separarse absolutamente de la violencia, y buscar justificación de la misma en un pretendido conflicto político es inmoral. Por todo ello, ETA, sus militantes y cuantos les han apoyado o tolerado -el nacionalismo vasco-, además de ser muchos de ellos penalmente responsables, son moralmente perversos. Finalmente, la única solución posible pasa por la disolución de ETA y la contrición perfecta de sus militantes y cuantos les han secundado». Punto y final.

Ya estamos en la última fase de este relato, y como los más jóvenes no conocerán seguramente el significado de la contrición, repasaremos el Catecismo, que en este momento es la más segura guía para entender el «debate político» que padecemos.

La contrición es un rechazo claro y decidido del pecado cometido, junto con el propósito de no volver a cometerlo, por un amor que se tiene a Dios y que renace con el arrepentimiento. La contrición es el principio de la conversión que devuelve el hombre a Dios (la nación española con sus sanos regionalismos), y tiene en el Sacramento de la Penitencia su signo visible, que la perfecciona. Por ello, «de esta contrición del corazón depende la verdad de la penitencia» («Reconciliatio et Paenitentia 31», Catequesis de Juan Pablo II). Ese es el motivo por el que una pena de treinta años de cárcel, por ejemplo, no sea suficiente penitencia si no va unida a la contrición del «etarra» penado. La pena sin conversión nunca se redime, es eterna.

La atrición es también un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo. Sin embargo, nace de la consideración de la fealdad del pecado o, sobre todo, del temor de la condenación eterna y de las demás penas con que es amenazado el pecador. Es decir, la izquierda abertzale dice lo que dice porque simplemente teme o desea evitar el castigo. Por sí misma, la atrición no alcanza el perdón de los pecados graves, aunque dispone a obtenerlo en el sacramento de la Penitencia. Por eso nada de lo que diga la izquierda abertzale o ETA es suficiente, hay que proseguir con la penitencia hasta llegar a la contrición perfecta.

Así, tras la declaración del domingo pasado, la discrepancia teológica con la que se distrae a la opinión pública consiste en determinar si la izquierda abertzale ha pasado o no la de atrición a la contrición: un debate político de altos vuelos. Vuelos angélicos.

En este sentido, no se le puede negar a Rajoy su perspicacia en la selección de personal. Si el nombramiento del antiguo directivo de Lehman Brothers, De Guindos, es simplemente obsceno, es más sibilina la elección de un ministro del interior, Jorge Fernández Díaz, que además de seguidor de Santa Teresita de Lisieux, «está muy próximo a la espiritualidad del Opus Dei: ir a misa todos los días, rezar el Rosario, hacer un rato de oración, otro de lectura espiritual...». Es el mejor gestor posible para esta sobreabundancia o metástasis del «master frame» moral, y también, esperemos, para hacer uso de la finezza vaticana.

Es indudable que el conflicto vasco tiene una vertiente moral. Pero los acercamientos morales sinceros son siempre individuales, afectan a la conciencia particular de cada uno. Cualquier otra aproximación es una invitación al fariseismo y la hipocresía colectiva, cuando no a la vulneración generalizada de la libertad de conciencia. Y es que, como ocurre con la justicia, la moralización de la política es correlativa a la politización de la moral, es decir, a la definición de una lectura unívoca de lo que debe ser considerado moral, una lectura protegida por el ordenamento jurídico-penal del estado, que castiga toda posición moral discrepante con la cárcel o el secuestro de sus derechos políticos.

Es más, la metástasis de la moral invade precisamente el núcleo de lo político. No existe una cuestión más política que la relativa a las condiciones en las que una comunidad asume o no como legítimo el uso de la violencia. No existe un momento más (bio)político que aquel en el que el Estado dispone acerca de la vida y la muerte de las personas. Así, los miembros de ETA no son más ni menos inmorales que los soldados españoles que matan afganos a miles de kilómetros de sus fronteras, también en nombre de la nación y la democracia. Y la izquierda abertzale y sus seguidores no son ni más ni menos inmorales que los partidos y ciudadanos españoles que sustentan a gobiernos cuyas políticas de blindaje fronterizo han matado a miles de personas en el paso del estrecho. También en nombre de la nación, no sé si de la democracia. Todas estas cuestiones no deben dilucidarse colectivamente en el ámbito de la moral, sino en el de la política y su dimensión ética.

Eso no quita para que a título individual, quien así lo sienta de verdad -es lo único que vale moralmente-, pueda pedir y/o conceder el perdón. Una organización, cualquier organización, sea ETA o la Iglesia, no puede pedir perdón. Las organizaciones no son sujetos morales, no pueden sentir ni compadecerse... Y si lo hacen será un simulacro. Un simulacro moral, el peor de los pecados posibles.

Por ello, si el objetivo es que una sociedad vasca conflictiva se reconcilie relativamente con un pasado doloroso y prefigure un futuro más apacible, se me antoja que ello no pasa por una pretendida regeneración moral, sino por un compromiso ético, todavía pendiente.

En primer lugar, el compromiso ético, siempre colectivo, no supone en absoluto el olvido de lo ocurrido. El reconocimiento del sufrimiento causado y la autocrítica por la minusvaloración del dolor ajeno debiera ser un punto de partida compartido por todos los actores implicados. La izquierda abertzale acaba de dar ese paso.

Sin embargo, el compromiso ético principal, el de largo recorrido, se basa sencillamente en asumir que todos los proyectos políticos de la ciudadanía vasca son respetables, defendibles y viables por medios democráticos. Que tan legitimo es ser vasco-español o francés como independentista. Algo obvio, pero que todavía no se ha producido. Algo que permitirá conducir los conflictos políticos futuros sin sufrimiento estéril. En otro caso, la pretendida solución de hoy no será sino el germen del problema de mañana. Dejemos la moral para la conciencia y dirijamos los esfuerzos a la política, es decir, a lo que puede ser, no a lo que es, ni a lo que debiera ser. A Dios lo que es de Dios.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo