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CRíTICA teatro

Vigilia soñada

Carlos GIL

Asegura el artista que sueña más despierto que dormido. Incluso que es difícil dormirse cuando los sueños de la vigilia le producen tantas ilusiones, emociones, le colocan en una libertad absoluta. Albert Plá es un poeta de la ingenuidad canalla. Con sus susurros es capaz de demoler el muro de contención del mayor pantano de conservadurismo. No grita nada más que cuando le parece bien, pero junto a sus compinches nos ofrece uno de esos espectáculos totales, en el que a partir de una estructura musical, los poemas, las canciones se van apoderando del hálito de los espectadores y se van sucediendo escenas, situaciones y desarrollos dramatúrgicos de entidad superlativa.

Las luces, los manipuladores de objetos, la propia actitud de la banda, siempre dando espectáculo, en una fiesta de teatralidad exuberante, contagiosa. Las letras se deben regurgitar, porque algunas son efectistas, inmediatas, pero otras van tejiendo en la memoria del espectador un tejido crítico que acaba incubando una araña que engulle a todas las moscas y moscardones de la tozuda realidad. Siempre en clave artística, demoledoramente creativa, libertaria, sin demagogias, consignas ni programas. Es como ir apagando las farolas de la estulticia con un tirachinas cargado de canciones, de letras abrumadoramente lúcidas, pequeñas historias contadas y cantadas con vocación operística.  Pasan los artistas, estos soñadores de utopías y nos dejan aliento para comprender la existencia como esa vigilia soñada que debemos atrapar de manera urgente. Ellos nos han dado las pistas artísticas, nos hemos hecho de su club de amigos porque son muy buenos, y no piden ni dan nada más que alegría y esperanza.

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