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El teatro del siglo XXI ofrece «todo lo que se pueda imaginar»

El teatro Victoria Eugenia de Donostia se ha tomado al pie de la letra la famosa frase «renovarse o morir». Así, ayer tuvo lugar una visita especial para conocer las «tripas» del teatro que este año cumple 100 años para ofrecer el edificio como salón de actos variados.
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M. LARRINAGA | DONOSTIA

«No todo es teatro en el teatro». Esa idea era clave ayer en el teatro donostiarra para la casi veintena de empresarios que acudieron para conocer más detalladamente las capacidades del edificio que este año cumple 100 años. Y es que Donostia Kultura «vende» el teatro como algo más, como escenario para conferencias, jornadas, cócteles, cursos e incluso bodas, que no sería la primera vez.

La propuesta comenzaba fuerte: «Todo lo que pueden imaginar se lo podemos ofrecer». La salida hacia la parte no tan pública se hizo desde el foyer, «punto de encuentro por excelencia», donde también se puede encontrar la sala China. Si las paredes de esta estancia pudiesen hablar, se escandalizaría más de uno por todo lo que han podido ver durante todos estos años en la cantidad de fiestas «subidas de tono» que se han celebrado entre sus paredes, o esos rumores corren por lo menos.

La segunda parada, después de subir a la última planta por escaleras que muchos jamás habían visto, fue la sala de danza. 210 metros cuadrados de sala, con un acceso independiente desde la plaza Okendo, con varias barras para calentamientos, espejos y unas espléndidas vistas al Auditorio Kursaal, «perfecta para reuniones». En ella los visitantes conocieron la página web del teatro donde se puede buscar la información sobre cada sala, las tarifas de los alquileres...

La visita, además de informar sobre las posibilidades de las salas, estuvo repleta de historia. La tercera parada fue la «encantadora» sala Club. Un semicírculo que ha visto todo tipo de espectáculos y actividades: desde conciertos a ruedas de prensa, y hasta una boda.

Su forma semicircular se debe a que se encuentra justo debajo del patio de butacas, ya que antes de la reapertura en 2007, albergaba quince máquinas parecidas a tornos cuya función era nivelar el patio de butacas con el escenario. Para dicha maniobra se necesitaban al menos dos hombres por máquina y se llevó a cabo desde 1912 -fecha de inauguración del teatro- hasta 1932. Y es que durante aquellos años, en las fiestas del carnaval, el Victoria Eugenia se convertía en una sala de baile. Al parecer, los bailarines que participaban en la fiesta se acercaban demasiado a la platea y cuentan los rumores que más de uno actuó de manera «impura» con los adinerados de la época, cosa que escandalizó a conservadores y también a Primo de Rivera que prohibió esta fiesta durante su dictadura.

Más que un escenario

Indudablemente, la sala más esperada era la principal, lo que al fin y al cabo define el teatro Victoria Eugenia. A ella accedieron por medio de la plataforma de la orquesta, o el denominado foso de la orquesta; una plataforma que baja hasta la planta -2 y que de igual manera puede subir hasta igualarse en altura con el escenario.

Poco a poco el patio de butacas fue apareciendo con sus cinco niveles de butacas y capacidad para 900 personas. El Teatro se construyó en dos años -1910-1912- y la idearon los comerciantes de la ciudad para apoyar el turismo que ya era bastante fuerte -en época estival la ciudad cuadruplicaba sus habitantes-. La obra costó cerca de un millón de las antiguas pesetas y el arquitecto que lo diseñó, Francisco Urcola, se inspiró en los grandes teatro de París y Viena.

Desde el momento de su creación se acordó que tras pasar 70 años se pasaría a manos municipales. A los diez años, en 1922, sufrió su primera reforma estética, se cambiaron las tapicerías que hasta el momento habían sido verdes para convertirlos en granate; ya que el color de moda de los demás teatros de Europa era un burdeos. En 2000 se cerró completamente para su total remodelación y se tardaron siete años en volver a ver un espectáculo en su escenario.

Entre sus lujosas paredes se pudo disfrutar de la primera proyección sonora de la ciudad, «Rapsodia húngara». También fue escenario de la primera Quincena Musical en 1939, del primer Festival Internacional de Cine en 1953 o del primer Festival Internacional de Teatro en 1970.

Una larga lista de eventos que sin embargo, son compatibles con otro uso del edificio. Así, y para convencer a los empresarios, la visita terminó mostrando un montaje sobre el escenario. Una barra, unos sillones y unas mesas cambiaron la imagen del escenario representando de manera más gráfica cómo puede montarse un congreso o un cóctel en un teatro, porque no todo es teatro en el teatro

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