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La única hoja de ruta para la resolución del conflicto que hay sobre la mesa es la de Aiete

El inmovilismo que están demostrando los dirigentes unionistas y el Gobierno de Madrid busca dar la impresión de que la resolución del conflicto vasco se reduce a la disolución de ETA (algo que sin duda es condición para dicha resolución, pero en ningún caso sinónimo de la misma). También intentan establecer que el statu quo es inamovible y que todo pasa por acatar, por rendirse y penar. Pretenden generar desaliento en una sociedad que en apenas dos años ha pasado de la apatía y la resignación a la ilusión. No renuncian a crear dudas sobre las decisiones tomadas por el conjunto de la izquierda abertzale, a pesar de la evidente irresponsabilidad que ello conlleva.

Esa es la única lectura que cabe hacer del texto leído el pasado jueves por el lehendakari Patxi López en el Parlamento de Gasteiz. Lo mismo cabe decir sobre las maniobras para crear allí una ponencia que se corresponde más con los viejos tiempos del Pacto de Ajuria Enea que con el nuevo tiempo político abierto ahora.

Sin embargo, detrás de esa firmeza se esconde una profunda debilidad política, una evidente incomodidad con el devenir de los acontecimientos y una voluntad de frenar los cambios políticos que van a venir, así como de mermar la mencionada ilusión. Es el escenario que previó Arnaldo Otegi tras el anterior proceso político.

En esa imagen falsa y maniquea que ilustra su relato, los responsables de la Policía se presentan a sí mismos como pacifistas irredentos; algunos que fueron amnistiados tras abandonar las armas claman contra el mismo concepto de amnistía y no tienen pudor en computar a otros los muertos que ellos mismos provocaron; y quienes en la Transición española homologaron a los franquistas y les permitieron mantener su poder en las estructuras del Estado, quienes pactaron con ellos y volverán a pactar si eso les garantiza su cuota de poder, exigen ahora todo tipo de pruebas morales a la izquierda abertzale... Los franquistas y sus herederos, cómo no, resultan insaciables. Exigen más, buscan la humillación. [No son conscientes de que la humillación ha sido precisamente uno de los resortes que más conciencias nacionales ha despertado a lo largo de la historia. Así lo defendía al menos el autor judío Isaiah Berlin. Catalunya, donde ayer se constituyó la Assemblea Nacional Catalana, es un claro ejemplo de ese fenómeno].

Borrar la Declaración de Aiete del relato

En la lucha por imponer ese relato parcial resulta llamativa la obsesión por borrar la Conferencia de Aiete de entre los hechos relevantes que han abierto un nuevo tiempo político en Euskal Herria. Resulta aún más llamativo tratándose del hecho que desencadenó la declaración de ETA de cese definitivo de su actividad armada.

Para valorar la situación política conviene repasar el estado de cumplimiento de los puntos de los que consta la Declaración de Aiete. Cinco meses después solo el primer punto se ha materializado por completo. Decía así: «Llamamos a ETA a hacer una declaración pública de cese definitivo de la actividad armada y solicitar dialogo con los gobiernos de España y Francia para tratar exclusivamente las consecuencias del conflicto». Y así lo hizo ETA apenas tres días después de que Gerry Adams, Bertie Ahern, Jonathan Powell, Pierre Joxe y Gro Harlem Bruntland se lo pidieran en Donostia y horas después de que Jimmy Carter, Tony Blair y el senador Mitchell se sumaran a esa Declaración. En esa línea se inscribe el comunicado de ETA difundido anteayer por la agencia estatal de prensa francesa, France Presse, en el que la organización revolucionaria hace otro llamamiento a París para entablar conversaciones directas y «cerrar definitivamente las consecuencias del conflicto».

El segundo punto de Aiete pedía una respuesta positiva por parte de los gobiernos español y francés, que deberían «aceptar iniciar conversaciones para tratar exclusivamente las consecuencias del conflicto», algo a lo que hasta el momento se niegan en redondo.

El tercer punto reclamaba «pasos profundos para avanzar en la reconciliación, reconocer, compensar y asistir a todas las víctimas, reconocer el dolor causado y ayudar a sanar las heridas personales y sociales». Es evidente que el discurso de López rompe por completo con el espíritu de este punto, al achacar toda la responsabilidad a una de las partes y negar la otra, así como al intentar establecer categorías de víctimas. Mientras tanto la izquierda abertzale ya ha dados pasos en la dirección marcada en este cuarto punto, y dará más, siempre desde la asunción de sus responsabilidades en el conflicto.

El cuarto punto sugiere que «los actores no violentos y representantes políticos se reúnan y discutan cuestiones políticas, así como otras relacionadas al respecto, con consulta a la ciudadanía». La cobardía de Patxi López al respecto resulta decepcionante. Parece no entender que romper el reloj no es lo mismo que parar el tiempo. Ha perdido una nueva oportunidad de liderazgo, probablemente la última que tenía.

En definitiva, la de Aiete es hasta el momento la única hoja de ruta realista y viable para «lograr una paz justa y duradera», el objetivo inmediato y real de este nuevo tiempo. La posición está fijada, ahora hay que avanzar.

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