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Raimundo Fitero

Cartera

Que en todas las teletiendas, que en los cortes publicitarios de casi todos los canales, se nos ofrezca la posibilidad de cambiar nuestra vida adquiriendo una cartera de acero inoxidable que se llama Aluma no deja de ser un sarcasmo, ya que con ese contenedor tendremos ordenados los billetes, las tarjetas de crédito no se desactivarán por tenerlas junto al teléfono portátil, como la leyenda urbana más extendida nos hace creer. Es un adminículo pequeño, ridículo, pero que se ha convertido en un símbolo de la felicidad más asequible, el placebo más inocuo, una suerte de homenaje al orden, sin distinción de géneros, una forma de cubicar la situación económica: no metas el dinero en el bolsillo que se arruga y se pierde, mételo en una cartera metálica, por si se reproduce y aumenta.

El que la cartera que más aparece se distinga con un nombre significa que inmediatamente saldrán otras, con el mismo formato, coloreado y funciones, pero que establecerán entre ellas la batalla propagandística por ser la auténtica, la de verdad, acusando a imitaciones y sucedáneos de no lograr lo mismo. Pero, ¿qué logra? ¿Para qué sirve? ¿Cuánto vale? Pues esas son las preguntas que no se contesta con un visionado simple de los anuncios, porque si se atiende a sus conclusiones sirve para muchas cosas, según nos ilustran con el lenguaje audiovisual más sencillo, chabacano, populista y directo, pero, a su vez, no se comprende mucho la ganancia real de tener ese chisme que vale muy poco, algo más de diez euros, lo que si uno se pone a contar gastos, publicidades, costes, envíos, comisiones, resulta que en origen, sea cuál sea su origen, esa cartera mágica cuesta muy poco.

Bien pensado, esa cartera puede ser el inicio de una buena carrera como inversor bursátil. O se puede salir a la calle convencido de que funcionarán las tarjetas de crédito, aunque la cartera de verdad esté vacía. Lo que está claro es que existen inventores, industriales del oportunismo o comerciales que nos hacen la vida televisiva una caja de sorpresas de imposibles. Sacan crecepelos, pulseras mágicas o carteras metálicas para entretenernos. Las teletiendas son un oasis.

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