«Los mujarabat tienen licencia para torturar hasta la muerte»
En el Día Mundial contra la Censura en Internet, GARA ha entrevistado en Trípoli a un ciberdisidente que denuncia haber sido torturado por el régimen sirio y que vive refugiado en Trípoli, Beirut. En 2011 cinco internautas murieron y 200 fueron detenidos por utilizar la red como instrumento de denuncia.
Karen MARÓN | TRÍPOLI
«Yo era un simple comerciante de cortinas de mi pueblo, Tall Khalil», narra a GARA Abdul Hakim con una serenidad que estremece. «Pero comencé a grabar las manifestaciones y a difundirlas a través de medios extranjeros e internet».
Abdul dice saber cómo trabajan los mujabarat sirios, los agentes de inteligencia que -según su relato- lo detuvieron, torturaron y liberaron tras sufrir 21 días de agonía en varias prisiones del país.
Hace meses que está refugiado en la ciudad de Trípoli -conocida por los árabes como Tarabulus y situada a 85 kilómetros al norte de Beirut-, la segunda metrópoli más grande del país. También conocida como la capital de los dulces libaneses, la visita a esta ciudad no es completa si no se entra en alguna de sus pastelerías árabes. En una de ellas se produce el encuentro, vigilado por un visible aparato de seguridad que controla todos nuestros movimientos.
La indignación de Hakim contra Bashar al-Assad fue creciendo de forma proporcional a la respuesta con la que el régimen sofocó a las revueltas durante la primavera de 2011. Decidió que debía dar a conocer al mundo lo que ocurría, grabando la represión y cruzando incluso la frontera con Líbano para enviar imágenes de los francotiradores y la muerte de civiles.
«Hasta que me capturaron el 14 de mayo de 2011. Cinco agentes vinieron a mi casa, amenazaron a mi familia, me golpearon en la cabeza con una barra de hierro, sufrí descargas eléctricas en el cuello y en los genitales. Me llevaron y me metieron en un camión con otros 53 prisioneros», explica en árabe mientras su contacto traduce al inglés. Antes de ser subido al vehículo, Abdul Hakim fue testigo de la muerte de su amigo Magid Akkare. «Le dieron un tiro en el estómago, allí mismo».
Fue el principio de un periplo que arrancó en la prisión de Homs, a cargo de los agentes más temidos. «Son los peores, tienen licencia para torturar hasta la muerte», cuenta este activista de 30 años.
Pasó siete días desnudo y maniatado en una celda de 70 metros cuadrados en la que se hacinaban 26 personas. «Se los llevaban a interrogar uno a uno y volvían siempre desmayados. Cuando me tocó a mí, me vendaron los ojos y me recibieron con un `Hello Mr. Reporter from Al-Jazeera'. Me pusieron una venda en los ojos y mientras uno me preguntaba, otro me golpeaba».
Según su testimonio, más tarde lo llevaron a una sala en la que lo colgaron por los brazos, desnudo, le mojaron la espalda con agua y recibió descargas eléctricas durante horas. «Al cabo de tres días, me dieron algo de comer que olía muy mal, pero yo estaba hambriento. Nos trataron como animales».
Abdul compartió esa celda durante siete días con otros comerciantes, doctores, ingenieros. En la habitación contigua tenían aislado a su amigo Ahmed Kasem, un joven al que habían apuñalado y estaba con las manos atadas a la espalda. «Un día, abrieron las puertas de aquella sección y pudimos ir a darle agua y tratar de curarlo. La vomitó porque llevaba ocho días sin beber nada», recuerda.
Al octavo día de detención, trasladaron a Abdul a Damasco al «pabellón palestino» de una prisión de la capital siria. «Allí me volvieron a interrogar. Yo respondí que quería dignidad para los ciudadanos y libertad de expresión, y uno me dijo que era mejor destruir Siria que entregárnosla a nosotros y comenzó a pegarme».
Después, fue trasladado al cuartel de los servicios secretos en Damasco, y cuando se cumplía el día 21 de detención le vendaron los ojos y lo obligaron a plasmar su huella en cinco papeles que no pudo leer, según su versión, y lo soltaron con la amenaza de que iban a encontrarse pronto.
Abdul Hakim se esconde ahora en la capital administrativa del norte de Líbano, conservadora y predominantemente suní y que durante la guerra civil de 1958 fue la base de las fuerzas nacionalistas pro árabes.
Desde aquí Abul donde continúa con su trabajo de denuncia. «Cuando expire mi visado, los libaneses me deportarán. O me encontrarán los sirios o Hezbollah. Estoy muerto».
La última vez que habló con su madre fue hace seis meses, en clave, porque los teléfonos están intervenidos. «Me dijo: `Hijo, el tiempo está muy mal aquí, grandes lluvias y fuertes tormentas, no vuelvas'». Y aquí se quedará, en la base de los grupos opositores al gobierno de Bashar Al Assad, donde las banderas negras salafistas ondean en sus avenidas.
«Cinco agentes vinieron a mi casa. Amenazaron a mi familia, me golpearon con un hierro y sufrí descargas eléctricas en el cuello y en los genitales. Luego me subieron a un camión y me llevaron a la prisión de Homs»
«Tras 21 días de tortura me soltaron con la amenaza de que íbamos a encontrarnos pronto. Huí a Trípoli pero cuando expire mi visado, los libaneses me deportarán, O me encontrarán los sirios o Hizbullah. Estoy muerto»