Kofi Annan, enviado especial de Naciones Unidas y la Liga Árabe para Siria, instó ayer al Consejo de Seguridad de la ONU a que apoye sus esfuerzos para lograr una solución pacífica al conflicto que desde hace un año está desangrando al país árabe. La petición del ex secretario general del organismo internacional tiene sentido, pues hasta el momento los miembros del órgano encargado de velar por la paz y la seguridad mundial han antepuesto sus respectivos intereses geoestratégicos a la búsqueda de una salida aceptable para los sirios. Una actitud achacable a todos los integrantes del Consejo, pese a que algunos insistan en señalar a China y Rusia y pasar por alto la responsabilidad de las potencias occidentales.

Desde que recibió el mandato, Annan se ha esforzado por abrir un marco de interlocución con todas las partes y ha mantenido una intensa agenda de reuniones, de las que ha salido con propuestas concretas. A diferencia de aquellos que le encomendaron esta difícil misión, ha tratado de acercarse al conflicto sin prejuicios y mantener un cierto equilibrio, logrando ser respetado como interlocutor por todos los actores, como demuestran las respuestas que llegaron ayer tanto desde las cancillerías occidentales y el resto de miembros del Consejo como del propio Gobierno de Damasco. Esa predisposición favorable hacia su trabajo debe ser aprovechada para dar un impulso en la resolución de una confrontación que se ha cobrado miles de vidas y que, además, podría extenderse a toda la región.

Implicación, unidad y cautela fue lo que pidió Annan al Consejo de Seguridad, peticiones llenas de sentido común pero que hasta ahora han brillado por su ausencia. La solución al conflicto llegará de la propia sociedad siria, pero será más fácil si, en lugar de embarrar el terreno, la comunidad internacional actúa con responsabilidad. Está por ver si quienes rigen la ONU atienden estas demandas, pero si el papel de su enviado tiene algún sentido, deberían seguir su consejo.