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La huella automovilística tiene largo recorrido

José Antonio Carrero, químico de la UPV-EHU, estudia el impacto ambiental que provoca el tráfico rodado sobre suelos y plantas de márgenes de carretera . Para ello, ha analizado diferentes metales emitidos por los coches, derivados de los neumáticos o los frenos.

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Jon ADAN

La contaminación que provoca el tráfico rodado no solo afecta al aire, sino que también se filtra a través del asfalto, dañando suelos y plantas colindantes. Esta es la principal conclusión de la tesis de José Antonio Carrero, químico de la UPV-EHU que ha ahondado en el tema, estudiando hasta dónde llega el impacto de los metales emitidos por los automóviles. Para llevar a cabo este estudio, ha tomado muestras en los márgenes de vías vizcainas de distinta antigüedad, como la carretera vieja entre Bilbo y Mungia a su paso por Artebakarra (más de 60 años), la autovía que transcurre paralela a la anterior (más de 20 años), una rotonda de Berango (4-5 años) y otra de Sopela (1-2 años). Rea

lizar la tesis, titulada «Evaluación del impacto del tráfico rodado en suelos y plantas de margen de carretera», le ha llevado cuatro años.

Si bien el plomo es el metal más conocido de entre los emitidos por el tráfico rodado, Carrero ha comprobado que hay otros que pueden resultar hasta más peligrosos para el medio ambiente; por ejemplo, el óxido de zinc (derivado del desgaste de los neumáticos) y el bario, el cobre y el antimonio (originados por el desgaste de las pastillas de freno). En términos generales, ha observado que, en el caso de los suelos más cercanos a las carreteras más antiguas, en las capas superiores se observa una mayor acumulación de ese tipo de metales.

En suelos y plantas

Tras los estudios preliminares, se ha procedido al análisis de espectroscopia Raman, que sirve para identificar las formas moleculares en las que se encuentran los compuestos en el suelo y determinar el impacto que cada metal supone para el medio ambiente. De esta forma lo explica Carrero en declaraciones a GARA: «No es lo mismo que el metal esté en forma de carbonato, de nitrato... son diferentes sales con diferentes solubilidades. Los metales pueden estar retenidos en el suelo, con lo que la toxicidad no tendría tanta importancia como si estuvieran en forma de un sustrato más soluble, en cuyo caso, con el agua de lluvia, se podría disolver y pasar a otros compartimentos. Así, la toxicidad podría pasar a aguas subterráneas o la absorberían las plantas».

Este investigador ha simulado las condiciones reales que se producen en el medio ambiente para observar cómo reaccionan los metales en esas situaciones y si, efectivamente, se vuelven más solubles y, por lo tanto, más peligrosos.

El bario y el zinc son dos metales a vigilar especialmente: «Se emiten por el desgaste de los neumáticos o los frenos, y se están acumulando en las capas superiores en forma de óxido, que tiene una movilidad menor. Sin embargo, hemos visto que reaccionan con el CO2 atmosférico y forman carbonatos, que sí son más solubles y permean. De hecho, hemos encontrado una gran concentración de carbonato en capas más profundas. En las superiores, el bario y el zinc se presentan en forma de óxido, y en las capas inferiores, como carbonatos».

En cuanto al plomo, explica que «es uno de los metales más tóxicos, pero se retiene en el suelo, lo que disminuye su peligrosidad». Por ello insiste en que «el problema se da cuando los metales son movilizables, pudiendo así pasar a otros compartimentos, como las aguas subterráneas o los ríos».

En cuanto a la concentración de metales en las plantas que crecen en los márgenes de la carretera, Carrero mantiene abierta esta línea de investigación: «Vamos a estudiar la relación isotópica del plomo en estas familias de plantas, porque hemos visto que se puede diferenciar el origen del plomo (si es antropogénico o natural)». Sobre lo analizado hasta el momento, explica que «lo principal era estudiar las plantas para saber si absorbían los metales y utilizarlas de ese modo para la descontaminación del propio suelo; esta es una técnica bastante usada en los últimos años llamada fitorremediación. De ser así, habría que recoger estas plantas y tratarlas como un residuo peligroso. No obstante, la mayoría de las familias estudiadas no absorbían los metales, con lo que no eran válidas para la fitorremediación» .

Las plantas pueden absorber el metal de dos formas: por las raíces del suelo o por la vía aérea mediante las hojas. De los estudios realizados hasta el momento se desprende que «no se han encontrado niveles de concentración muy elevados», aunque puntualiza que «cuanto más cerca de la carretera, mayor concentración de metal hemos encontrado en las plantas estudiadas; cuanto más alejadas, menos». Y advierte de que «sería peligroso que las personas se acercaran y las manipularan las plantas contaminadas que crecen al lado de la carretera, o que algún animal las ingiriera».

Los datos le dan la razón, ya que un estudio realizado por un grupo de investigadores del Instituto de Epidemiología de Alemania, en marzo de 2008, aseguraba que en Europa las enfermedades tópicas y la sensibilización alérgica estaban aumentando considerablemente, y uno de los principales motivos era el aumento de la polución del aire ambiental debido al tráfico.

Vistas las negativas consecuencias que provoca el tráfico rodado sobre suelos y plantas contiguas a las carreteras, y preguntado acerca de las posibles soluciones, Carrero señala que «los canales de drenaje que suele haber al lado de las carreteras pueden ser un buen sistema para recoger todo el agua de lluvia que arrastra los metales depositados sobre la superficie de la carretera y evitar que se acumulen en el suelo».

Y también aboga por cambiar los materiales con los que actualmente se fabrican los automóviles, puesto que «las cantidades desprendidas de metales como el zinc o el bario, derivados del desgaste de los neumáticos o los frenos, empiezan a ser preocupantes». Ante esta situación, comenta que «al igual que la gasolina con plomo, sería interesante que los fabricantes estudien la posibilidad de utilizar nuevos materiales, que tengan las mismas propiedades y les den los mismos beneficios».

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