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CRíTICA teatro

Juego escénico

 

Carlos GIL

El actor, frente a su personaje. El personaje desdoblado, porque se trata de un loco al que vemos en algunos episodios de su enfermedad, o en momentos de mayor lucidez, o como subtitula el autor: “Las paradojas del Cósmico”, que así se le apoda. Este juego escénico que forma parte de uno de los planteamientos básicos del proceso interpretativo –la persona, el actor, el personaje y su recorrido de vuelta–, da momentos ocurrentes, es un lugar muy frecuentado que requiere de una técnica actoral para poder ir quitándose esas pieles, esas máscaras, esas personalidades escénicas.  

En este caso, Sardo Irisarri transita con solvencia, incluso con un empeño de dificultad añadido, por varios personajes que le acompañan en el relato, a modo de una exhibición de dejes y acentos peninsulares. Además, en la parte referencial a la biografía del actor, en la platea existía una cantidad de espectadores que conocían perfectamente los datos, lo que le confiere, en esta representación, otra trascendencia, otra manera de comunicación, ya que para quien lo vea sin ser eibarrés, puede entenderse como algo inventando.

En estas circunstancias, se nos presenta un texto que recala en demasiados latiguillos, que busca mantener un tono de cercanía con el que, Sardo, que firma también la idea, hace una auténtico tour de force, se entrega, echa un órdago, se desnuda de cuerpo y alma teatrera y se coloca en el hálito final, en la comunión absoluta, correspondido por un público que acepta el reto. Espacio escénico con los elementos mínimos, iluminación plana, espacio sonoro con mensaje, son los elementos en los que se apoya para hacer de este unipersonal un trabajo del que nos interesa la parte metateatral más que la argumental.

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