El gérmen de la ópera prima como director de Paddy Considine proviene de un cortometraje titulado «Dog Altogether», con el que en el 2007 ganó un León de Plata en la Mostra de Venecia y el BAFTA al Mejor Corto. Estaba inspirado en la figura de su padre y quiso completarlo con otro corto en que este personaje maltratado por la vida entraba en contacto con una mujer que lo ayudaba. Sin embargo, vio que ahí tenía material para un largo y así surgió «Tyrannosaur», película ganadora de más premios que su precedente.

La formación que ha tenido Paddy Considine a las órdenes de los directores más rupturistas del cine inglés, con Shane Meadows al frente, le ha dotado para moverse a sus anchas dentro de la producción independiente. El ajustado presupuesto de la película, que ha costado alrededor de 800.000 euros, en lugar de suponer un inconveniente le ha servido de estímulo para enmarcar socialmente la dureza del relato.

El capital de «Tyrannosaur» está en sus entregadas interpretaciones, con un memorable emparejamiento entre Peter Mullan y Olivia Colman, a los que se suma el malencarado Eddie Marsan como el tercero en discordia. Mullan es Joseph, un viudo en paro destrozado por el alcoholismo, y de cuyo carácter agresivo da una fiel muestra la imagen inicial en que maltrata a su perro. Hanna es su ángel de la guarda, una voluntaria de un local de caridad empeñada en su rehabilitación. Su dedicación y entrega a los demás la harían feliz, de no ser por James, el marido que la esclaviza y explota su educación católica basada en el sacrificio terrenal.

De esta manera lo que debería ser una historia de redención sobre un hombre hundido salvado por una mujer caritativa da la vuelta, ya que la voluntaria también necesitará del apoyo del otro, porque nadie está a salvo en medio de un clima social deprimido. Entre ambos buscarán algún resquicio de esperanza donde no la hay.