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Belén MARTÍNEZ Analista Social

Razas, mentiras y cintas de vídeo

 

En 1835, Alexis de Tocqueville critica «el prejuicio que inclina al hombre a despreciar a quien ha sido su inferior, aun después de que este ha llegado a convertirse en su igual». En la democracia en América, el político liberal señala que, tras abolir la esclavitud, «los modernos tienen que destruir tres prejuicios mucho más intangibles y más tenaces que ella: el prejuicio del amo, el prejuicio de la raza y, en fin, el prejuicio del blanco».

En 2012, otro político francés, François Hollande (PS), anuncia que, si es elegido presidente, suprimirá el término «raza» de la Constitución.

Más allá de la propuesta concreta, para desmontar la categoría «raza» es preciso revisar los conceptos de «universalidad» y «alteridad», así como las relaciones de poder y los sistemas de asignación. Sin especular con sus múltiples acepciones, la palabra «raza» incluye un amplio abanico de marcas, a menudo intencionadamente visibles, como color de la piel, pertenencia étnica, origen nacional, cultura o religión.

Resulta enormemente ilustrativo el proceso de racialización del hijab, que en el Estado francés está funcionando como un auténtico sistema de asignación racial, en vez de marcador de creencia o sentimiento religioso. El velo se ha transformado en el atributo por antonomasia. Un signo ostensible, ilegítimo e incluso ilegal de la falta de integración y de la no asimilación de los valores republicanos. Es decir, una diferencia prácticamente irreductible. La pasada semana, el hijab pasó a convertirse en una reivindicación identitaria del «terrorismo islámico». ¿Hace falta decir quién esponsoriza esta línea de investigación?