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Trágico reflejo de un problema estructural

Una mujer murió el domingo en Tolosa a manos de un hombre de 26 años de edad, que ya había sido arrestado antes por agredir a otra mujer, y ayer se sucedieron los mensajes de condena por parte de agentes políticos y sociales, así como desde las instituciones. No podía ser de otra forma ante un hecho doloroso y despreciable. También se repitieron los llamamientos a reflexionar sobre las condiciones que han hecho posible esta agresión mortal, que ha vuelto a sumir al conjunto de la sociedad vasca en el pesar y la estupefacción. Sin duda, hay motivos para la reflexión.

Sin embargo, estos llamamientos serán baldíos si su eco apenas permanece el tiempo que dure el luto por esta muerte. Porque, desgraciadamente, al día siguiente de que se plieguen las pancartas de las movilizaciones convocadas para repudiar el crimen, volverán a producirse agresiones contra mujeres en nuestros pueblos y barrios. Ataques físicos y verbales que se repiten prácticamente todos los días -ayer hubo otras dos detenciones en Gasteiz-, y que muchos de quienes hoy se rasgan las vestiduras han convertido casi en una estadística. La violencia contra las mujeres es un problema estructural, que afecta directamente a miles de personas y que responde, asimismo, a las características de una sociedad eminentemente machista y patriarcal.

Mientras los hechos no acompañen con la misma contundencia a las palabras, hasta que la ciudadanía y sus representantes no entiendan que no es admisible ningún acto de violencia contra ninguna mujer, en tanto no cambien los pilares sobre los que se ha construido este sistema, no habrá solución. Centrarse en los detalles particulares de cada caso para apartar el foco del problema real no ayudará a que esta sea la última vez en que tengamos que lamentar la muerte de una mujer a manos de un hombre. Porque lo ocurrido en Tolosa es el reflejo, el cruel y trágico reflejo, de una enfermedad que nos destruye como sociedad.

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