Atrás queda aquella Caja Navarra que estatutariamente era un «protectorado público del Gobierno de Navarra». Tras su absorción por CaixaBank, ha quedado diluida hasta alcanzar proporciones de insignificancia. Sirvan estos datos para la reflexión: en 2007 obtuvo un beneficio de 175 millones de euros, tenía un valor que rondaba los 1.750 millones y dedicaba 51 millones a la obra social; ahora toda la participación de la CAN en CaixaBank no llega a 150 millones, y no destina más de 9 millones -cifra cercana al sueldo que percibe su director, Enrique Goñi- a la obra social, que lleva ya tiempo parada. Caja Navarra, ¡quién la ha visto y quién la ve! Naufragada en el abismo y abocada a desaparecer.

Es indignante para los navarros. Financiaron su recapitalización y, ahora, pagan más impuestos y sufren más la crisis y los recortes. El futuro de muchos trabajadores de la CAN es incierto. Pero este despropósito no es mérito exclusivo de su director general. Los mandatarios navarros avalaron por activa esta situación. Hicieron todo y de todo para evitar otras opciones más provechosas. Y con su enfermiza obsesión, han logrado que Caja Navarra lo pierda todo.