En vísperas del partido del año
No tan fiero como lo pintan, El Sadar puede ser juez de la Liga
Peleando por sus propios intereses, los rojillos buscarán el traspiés de los madridistas, que podrían malgastar su diferencia sobre el Barça.
Natxo MATXIN
«Bienvenidos al infierno» suelen rezar las pancartas de los aficionados turcos cuando reciben a un rival en competición europea. Un slogan que se ha convertido en tópico, pues los niveles de profesionalización a los que ha llegado el fútbol casi siempre se imponen sobre el césped al griterío ensordecedor que pueda llegar desde la grada.
Sin embargo, ese ambiente hostil con el que tratar de desestabilizar al poderoso visitante todavía está muy presente cada vez que el Real Madrid arriba en El Sadar y a buen seguro que, como todos los años, correrán ríos de tinta para recordar antiguos episodios. Lo peor para los merengues este año es que en el feudo iruindarra se juegan muchas de sus opciones para seguir manteniendo una cierta ventaja respecto al Barcelona y eso seguro que no les hace ninguna gracia.
Un traspiés en el estadio rojillo -los merengues solo han caído en el Ciutat de Valencia y empatado en El Sardinero- les colocaría incluso en la tesitura de poder perder la cabeza del torneo de la regularidad, a expensas de lo que ocurra en su visita al Camp Nou, un campo que no se les ha dado muy bien en los últimos tiempos.
Además, la llegada de los dirigidos por Jose Mourinho coincide con uno de los mejores momentos de los rojillos, que no afrontan el siempre atractivo envite con la soga al cuello, como ha ocurrido en pretéritas campañas, sino impulsados por la tranquilidad de haber conseguido la permanencia y de tener serias opciones para meterse en la lucha por disputar el próximo año competición europea.
Toda esta ideal coyuntura, en cualquier caso, no es sino un acicate añadido para afrontar una empresa de lo más complicada, por la gran calidad que atesora la escuadra blanca y por la fría estadística que atestigua que, pese a ese carácter «infernal» del coliseo encarnado, el Real Madrid ha salido airoso en más oportunidades que lo que lo han hecho los propios propietarios del terreno de juego.
Más victorias merengues
13 frente a 11. Esa es la realidad tozuda que demuestra que los madridistas, aunque no disfrutan cada vez que pisan El Sadar y deben poner toda la carne en el asador, han ganado en más ocasiones este apasionante duelo. Nueve empates completan el total de 33 encuentros ligueros que han enfrentado a ambos conjuntos en Iruñea desde la temporada 1935-36.
Sin lugar a dudas, la década de los ochenta fue la más fructífera para los intereses deportivos de los rojillos y la que fraguó esa leyenda de estadio difícil de asaltar para los más grandes. Los blancos, y también el Barcelona, sufrieron en carne propia el incansable batallar de unos «indios» -fue el calificativo que se les dio a los futbolistas locales- que no paraban de correr.
Entre la campaña 1981-82 y la 1987-88 los merengues únicamente consiguieron imponerse en una ocasión y empatar en otra, frente a las cinco victorias osasunistas. Después, coincidiendo con la lenta caída del club rojillo, las seis temporadas siguientes fueron una época marcada por la igualdad, con cuatro empates en seis partidos.
Con la llegada del nuevo siglo y el regreso a Primera, se recobró la pasión del choque, firmando el Real Madrid hasta cuatro victorias consecutivas -la última con alirón incluido en la 2007-08-, frente a los triunfos agónicos del año siguiente, con el gol definitivo de Juanfran, y el de la temporada pasada por la mínima.
Desde que en la 2007-08 el Real Madrid cantase el alirón, los merengues se han dejado puntos en las tres siguientes -dos triunfos rojillos y un empate-, toda una premonición.
Desde que allá por 1982 un gorrín enfundado en una camiseta blanca con el número 7 del controvertido Juanito -presente en el terreno de juego- saltase al césped de El Sadar, el feudo iruindarra se ha convertido en poco menos que aldea gala a los ojos de los romanizados merengues y todo su séquito de portavoces en diferentes medios comunicativos.
Eran los ochenta y el fútbol no tenía por qué ser un espacio vetado para vehículizar cualquier tipo de reivindicación social, máxime cuando rendía visita el equipo por antonomasia y bandera del Estado español. Del gracejo y humor socarrón navarro se pasó a situaciones más tensas, como el lanzamiento de un tornillo y la explosión de un petardo entre las piernas del inefable Buyo, ahora sesudo tertuliano deportivo de «Intereconomía». De aquel episodio salió bien escaldado Osasuna, cuya afición tuvo que partir en masivo éxodo hacia Gasteiz para jugar en Mendizorrotza sus correspondientes tres partidos de castigo.
La tensión que se vive en este tipo de encuentros ha sido, además, aprovechada en beneficio propio por algunos jugadores blancos para sacar a relucir un forzado victimismo, en un gesto impropio de profesionales que se saben expuestos a los gritos de la afición rival, porque ello va implícito en su multimillonario sueldo. Así, Roberto Carlos se quejó en su momento de que había una abuela que le chillaba desde la banda.
Tampoco se le da el mismo eco mediático cuando la provocación viene desde las filas madridistas, como los varios cortes de manga que se marcó Bern Schuster cuando Higuaín anotó en el tramo final un 1-2 que les daba el título liguero. En fin, que a nadie deja indiferente este envite. N.M.