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Antonio Alvarez-Solís Periodista

Dolor junto a las urnas

«Primer acto del drama», afirma el autor en su análisis sobre la política y la moral, centrado en las matanzas del sargento Robert Bales en Kandahar y en un «segundo acto », en la tragedia de Toulouse y en su autor, Mohamed Merah. Alvarez-Solís afirma que matar niños es arbitrario y trágico, y que nada lo justifica y defiende la primacía de lo moral en cualquier expresión humana. Habla de la ética y del lenguaje de la ética, de lo ocurrido en Toulouse y Kandahar o lo que ocurre en Palestina. Critica la explotación del dolor como elemento de campaña y concluye afirmando que no hay dos paces, una para la moral y otra para la política.

Primer acto del drama en torno a la terrible muerte de unos niños. El presunto asesino de nueve criaturas en Kandahar, el sargento estadounidense Roberto Bales, es rápidamente trasladado a EEUU para sustraerlo a las presiones del pueblo afgano, que reclama su lógico enjuiciamiento por los tribunales del país que ha sufrido la vejación. En Norteamérica se inicia una enérgica campaña para presentar al sargento Bales como una víctima de la presión bélica. Cabe hablar, por tanto, de su inocencia esencial. Estamos, dicen, ante un irresponsable. ¿Pero se trata simplemente de la presión bélica y de un aislado caso individual?

Por lo visto, la preparación monstruosa de ese tipo de combatientes por parte de sus mandos no tiene nada que ver con sus comportamientos criminales. Razonemos: si Bales es una víctima más que un victimario ¿son irresponsables esos mandos? Complicado asunto. Hay que dejar que hable el tiempo. Han transcurrido unas semanas desde el acto genocida. Consecuentemente, ya no se habla de los nueve niños ni de las tres mujeres a las que el soldado americano disparó mortalmente en su vagina. Es más, dirigentes americanos advierten que estos dolorosos sucesos son propios de la actividad bélica y miles de emails enviados a los periódicos por admiradores del Sistema hablan del terrorismo talibán como objetivo a abatir por cualquier medio.

La existencia de talibanes hace que el sargento Bales mate sin culpa. Desgraciadamente, niños. Al mismo tiempo ven la luz relatos estremecedores acerca del comportamiento sanguinario del ejército de Washington en diversos lugares de Oriente Próximo y de Extremo Oriente, de África o de Latinoamérica durante largos años de conflicto con diversas motivaciones, aunque crecen las voces de la calle, ya sin pensamiento propio, alabando la guerra permanente de Occidente dirigida por EEUU para defender la democracia y la seguridad, lo que incluye millares de muertes y crímenes al parecer inevitables y, por tanto, con autores dignos de protección por perseguir una finalidad loable. Es más ¿son realmente crímenes?

Crece la literatura en favor de la inmunidad de los presuntos criminales, convertidos en héroes de la humanidad. La moral es retorcida y negada. Algunos expertos llegan a plantear que la política ha de funcionar al margen de la moral y subrayan que el comportamiento moral es exigible, en todo caso, a los individuos, pero no a los Estados. Los Estados son amorales. Maquiavelo, bien leído, no llegó a tanto.

Segundo acto del drama. El autor de los disparos de Toulouse, Mohamed Merah, dijo que quería vengar las recientes muertes de los niños palestinos a manos del ejército israelita. Resultado: otra vez niños muertos, pero en esta ocasión el rayo de la justicia desciende aceleradamente desde la cumbre del poder. Medio mundo, el poderoso, soslaya este extremo de la represalia por la muerte de niños palestinos, argumento tan deplorable, y acude con altas representaciones políticas francesas a los solemnes funerales por las almas de los pequeños judíos inmolados en el triste acto de venganza, ejemplarmente resuelto en pocas horas por una eficiente y esta vez higienizada policía gala.

Ahora ya no se trata de un sargento enfermo sino del radicalismo talibán. Gaza queda al sur, Israel al norte. No se trata, pues, de niños sino de norte y de sur. Mohamed Merah no es un enfermo sino un colectivo criminal. Francia se conmueve y el Sr. Sarkozy ofrece una amarga reflexión sobre el dolor judío en el actual marco de su campaña electoral. En Francia viven quinientos mil judíos fuertemente arropados por sus propias instituciones y sus poderosos entronques con la vida política, social y económica francesa ¿A quién votarán esos judíos tras esta muestra de amistad y de entrega profundas por parte del dirigente francés? Es lógico suponerlo. Siguiente pregunta: ¿cabe sospechar, siquiera sospechar, dado lo que he expuesto, un componente de hipocresía en este proceder del Gobierno francés y, sobre todo, del presidente del Estado? Se trata, insisto, de una hipótesis. A mí lo que me preocupa es la muerte de inocentes y la forma en que se aborde el crimen.

Tercer y último acto. Hay que concluir algo cerca de todo esto a fin de superar el simple planteamiento de bueno y malos, de niños asesinados y de niños muertos colateralmente. Pero ¿cómo se supera este escenario donde unos han brotado de una planta infernal y otros han venido del empíreo luminoso? Quizá haya que condenar la independencia entre política y moral para reconocer la primacía de la moral en cualquier expresión humana. Sucede, empero, que el concepto de moral, como suele ocurrir con todos los valores generativos, es difícil de describir y, sobre todo, de aplicar. Generalmente cuando recurrimos a la moral pretendemos burlar en nuestro provecho todo análisis profundo. Los valores han acabado por constituir armas arrojadizas, puras piedras. Libertad, justicia, belleza, moral...Posiblemente haya que reducir la comprensión de estas bellas palabras a las consecuencias más asequibles de las mismas. Guiado por esta necesidad de comprensión Ferrater Mora dice que la moral es algo que «nos produce satisfacción o nos hace felices». Una satisfacción generosa, una felicidad sencilla. Cuando uno se queda a solas con su sed de luz sabe perfectamente lo que produce satisfacción o induce felicidad. Por ejemplo, la vida de los niños. Los niños son la expresión de la inocencia y la inocencia es la comprensión de lo vivo como gran objetivo humano. O animal. Vivir requiere igualdad, libertad, justicia, felicidad, sencillez en la ecuación vital. Sobre todo, sencillez. Lo que no es sencillo, sino arbitrario y oscuro, no produce felicidad. Matar niños es arbitrario y trágico. No hay nada que lo justifique. No sólo hablo de ética sino incluso del lenguaje de la ética, del fleco estético. Lo que ha ocurrido en Toulouse es aborreciblemente espantoso. Lo que sucede en Palestina es literalmente repugnante. Los niños no nacen para acabar siendo el sargento Bales o el talibán Merah. Pero llegados a este punto hay que trabajar en algunos matices.

Yo tuve un tío que de niño apedreó una farola en los jardincillos municipales de mi pueblo asturiano cuando el alcalde era mi abuelo. Al ruido de los cristales acudió el jefe de la guardia municipal, el bigotudo Pepón, que atrapó a uno de los chavales que constituían la cuadrilla depredadora en que figuraba mi tío y preguntó campanudamente: «¿Quién tiró la piedra?». Uno de los caníbales vio la salvación al alcance de la mano y dijo rápidamente: «El hijo del alcalde». Pepón quedó perplejo y llegó a la conclusión final: «Pues bien tirada está». Y los dejó ir. Pues bien, la conclusión es esta, tanto en Toulouse como en Gaza: lo importante es determinar quien tiró la piedra y que no aparezca el Pepón de turno para hacer el distingo que destruya la justicia. Quien tiró la piedra es el responsable de lo que suceda posteriormente, ya que como dice la doctrina clásica del Derecho Penal, quien es causa de la causa es causa del mal causado.

Aceptando esta máxima, que me parece sencillamente justa y por tanto moral, evitaremos que los niños mueran, que es lo fundamental; que mueran de lo que sea, por pobreza, por metralla, por olvido. Todo lo que no lleve a esta clarificación moral equivale a sostener que si la piedra la arroja el hijo del alcalde bien tirada está. No se si piensan así en Washington, París, Tel Aviv, Londres o Berlín. No hay dos paces, una política y otra moral. Y menos vale confundir las dos en nombre de la seguridad, que es el valor negativo que figura en el reverso de la moneda, que siempre es la de los poderosos ¿Seguridad para qué?

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