Ferran Adrià ha sido un avanzado en la cocina, que siempre ha ido uno o dos pasos por delante de sus colegas de profesión. Cuando ha visto que la cocina de laboratorio ya no interesaba tanto o no se podía mantener al alcance de los bolsillos vaciados por la crisis, ha sabido cerrar las puertas de El Bulli y comenzar otra nueva etapa por otros caminos distintos de la investigación culinaria. De esta forma evita tener que salir anunciando marcas de productos precocinados, a lo que sí se han visto abogados otros chefs con estrellas Michelin. Él, en cambio, estrena un documental alemán que le rinde tributo, y en el que solamente interviene delante de la cámara, sin participar en el proceso de producción.

No le importa mostrarse en la parte menos idealizada de su trabajo, en medio de las tensiones que genera el estar al frente de un equipo de creadores de platos. La película permite ver lo que normalmente se queda en la cocina y no sale de ella, algo que agradece el espectador acostumbrado a ver siempre sonrientes a los chefs cuando atienden a sus comensales.