Al fin y al cabo, somos un compendio de decisiones propias, decisiones ajenas, constumbres o hábitos heredados no sabemos bien desde cuándo, contradicciones variadas... Resulta que año tras año, en el día de hoy, ese que llaman Viernes Santo, los plumillas de la prensa escrita no trabajamos. Ni siquiera los de este medio, en el que no destacamos por nuestra devoción cristiana. Es un suponer, que tampoco me quiero meter en la vida privada de mis compañeros.

No es que me queje, ni mucho menos, que no está el horno para rechazar fiestas en festivo y bastantes domingos pasamos metidos entre estas cuatro paredes. Se trata de constatar, simplemente, que una vez más del dicho al hecho no es que solo haya un gran trecho, sino que a veces viven a años luz el uno del otro. O lo que es lo mismo, y jugando con las fechas en las que vivimos, una cosa es predicar y otra dar trigo.

Será que cada vez creo menos en las verdades absolutas, independientemente del púlpito desde el que me las lancen. Discrepo de Benedicto XVI cuando arremete contra el relativismo, pero no porque lo diga él, sino porque cuando se repartieron los cristales de colores, el que me tocó no se parece ni remotamente al suyo. ¿Bueno? ¿Malo? Dadme datos e información y ya decidiré mi postura.

Tan absurdo es llorar porque la lluvia no permite salir a la procesión de la Hermandad de las Cigarreras de Sevilla como porque nuestro equipo de fútbol pierde un partido. O dándole una vuelta, tan normal es lamentarse por lo uno como por lo otro. Cada cual tiene sus propios vicios, sus creencias y sus perversiones. Se pueden aceptar y convivir con ellas, o se pueden combatir. Ahí no me meto.

Releo lo escrito. Me huele a tocho, me sabe a tocho y tiene pinta de tocho. Así que será un tocho. Pero es que es Jueves Santo, en la calle no se mueve un alma y casi todo el mundo está de puente, mientras que algunos tenemos que sentirnos culpables por no hacer un periódico en Viernes Santo. Si hay que pagar penitencia, vayan aportando al bote.