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Raimundo Fitero

Dimitris

Los héroes trágicos se inmolan por un bien común. Su muerte les trasciende y les da carta de ídolos, de símbolo, de mito. En Atenas, en la tristemente televisiva plaza Sintagma, frente al parlamento griego, un hombre de setenta y siete años, farmacéutico jubilado, Dimitris Christoulas, ha pasado a la historia en un acto de dignidad absoluta. Se ha suicidado de un tiro, de manera irremediable, por no estar dispuesto, entre otras muchas indignidades, a hurgar en las basuras para alimentarse y acusando al gobierno de turno de ser el instigador de ese acto por sus políticas de entreguismo a las telúricas mafias conocidas de mercados o prima, un auténtico crimen organizado.

Una carta en su bolsillo que ha logrado ocupar las redes sociales, los medios de comunicación de todo el mundo, es la que nos sitúa ante las argumentaciones de Dimitris, no solamente como expresión de un hartazgo, de un proceso de desesperación, sino de un análisis de la situación que convierte su suicidio en un cato político de primera magnitud. En el contexto de una preponderante iglesia ortodoxa que se encumbró universalmente en el nombramiento del actual presidente «tecnócrata», el suicidio sigue siendo pecado, y no reciben sepultura en campo santo, por lo que el dato de que ha crecido un cuarenta por ciento el número de suicidios en Grecia tras la crisis, es solamente la punta de un iceberg, ya que las familias lo ocultan, la sociedad lo repudia, la iglesia lo condena.

Por lo tanto el acto de Dimitris va mucho más allá, sobre todo cuando se lee en su carta «Creo que los jóvenes sin futuro algún día cogerán las armas y en la plaza colgarán a los que traicionaron a la nación, como hicieron los italianos con Mussolini en 1945». Y es que considera a los actuales irresponsables como «un gobierno de ocupación», y ¿qué otra cosa son estos ministros de Rajoy que vienen de la venta de armas, de los bancos más repugnantes, de la gestión más entregada al mercado y que con un presupuesto criminal van hacia la ruina general? La indignación griega se ha tornado en ira, y el gesto de Dimitris va a ser un punto de inflexión. Recuérdese que en Túnez arrancó todo con otro suicidio.

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