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Violencia sectaria y crisis política en Irak

En Irak, el mundo fue testigo, desde el principio hasta el final, de una guerra ilegal, preventiva e injustificada, sin consecuencias legales para quienes maquinaron ese masivo crimen contra la humanidad, Estados Unidos y sus aliados. La narrativa oficial hablaba de la necesidad de prevenir al mundo de que el país árabe pudiera aterrorizarlo, sin importar el hecho de que todas las «evidencias» fueran falsificadas. Como ocurre en todas las guerras, demonizaron y deshumanizaron al enemigo y, a diferencia de las bajas ocupantes, nadie sabe oficialmente el número de muertos iraquíes. El legado de 30 años de guerra, de guerra civil y de sanciones internacionales, aún más mortales, acompaña irremediablemente a un país que desciende hacia el abismo de la violencia sectaria. Con una economía y unas infraestructuras arruinadas, y una crisis política muy violenta que va aumentando, convertido en campo de batalla del enfrentamiento entre saudíes, cataríes y turcos frente a iraníes, que se acusan mutuamente de mover sus hilos.

Con este panorama, Barack Obama decidió la retirada de sus tropas. Y perdió la oportunidad de repudiar la guerra que su antecesor no debió empezar. Siquiera, podía haber apelado al lugar común de que terminar las guerras es más difícil que comenzarlas, y todavía más hacer frente a sus consecuencias. Ni lo uno, ni lo otro. Dejó promesas de seguridad, estabilidad y prosperidad que los hechos han demostrado que son falsas. Como informa desde Bagdad Andoni Berriotxoa, el país del Tigris y el Éufrates se enfanga en una gran crisis política y tiembla ante los renovados golpes de la violencia sectaria.

El mundo parece haberse acostumbrado a estos niveles de violencia en Irak, alejado irremisiblemente de unos focos arbitrarios. Parece arriesgado aventurar su implosión, máxime cuando todas las comunidades tienen un interés en conseguir su parte de los enormes ingresos del petróleo. Pero no augurar un país con una volátil estabilidad, un altísimo nivel de violencia permanente, y que seguirá presidido por un gobierno dividido y disfuncional.

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