La Pasión de Cristo vista a través del cine
Nicholas Ray, Pier Paolo Pasolini, Martin Scorsese, The Monthy Python y Mel Gibson son algunos de los creadores que han intentado aportar una visión diferente de la figura estereotipada y encorsetada de Jesucristo. A golpe de Evangelios y devociones desmedidas, el medio cinematográfico nos acerca a esas últimas escenas vividas en el Gólgota por un Jesucristo que, por arte de magia cinematográfica, ha sido crucificado y resucitado infinidad de veces.
Koldo LANDALUZE
Dos años después de su nacimiento, en el año 1897, el cine y por mediación de los hermanos Lumière reflejó por primera vez este episodio fundamental de los Evangelios. «Vida y pasión de Jesucristo» es un encadenado de trece escenas de corte naïf que logró un gran éxito tanto en Europa como en los Estados Unidos lo que provocó el rodaje de multitud de producciones de similar temática. «Nacimiento, vida, milagros, pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo» -dirigida en el año 1902 por Ferdinand Zecca- pasa por ser una de las producciones más celebradas y su estilo didáctico e ingenuo fueron idóneos para que los misioneros, en sus asentamientos asiáticos y africanos, sedujeran y reclutaran a sus futuros feligreses mediante la proyección sistemática de este filme.
Resulta muy difícil resumir la cantidad de filmes inspirados en la vida y obra de Jesucristo pero sería injusto no dedicar una reseña a «Rey de reyes» dirigida por el megalómano Cecil B. DeMille en el año 1927. Esta producción fue considerada en su tiempo como la obra definitiva gracias al tratamiento plenamente cinematográfico que el autor de «Los diez mandamientos» imprimió a un argumento que renuncia a su interés por describir todos y cada uno de los episodios evangélicos. Esta intencionalidad queda patente desde sus primeros planos ya que ellos están gobernados por María Magdalena, la gran cortesana de Jerusalén (Jacqueline Logan), quien muestra su evidente enfado a su amante Judas Iscariote (Jospeh Schildkraut) porque este prefiere la compañía de un tal Jesús de Galilea a la suya.
Aparatosas, monumentales, estáticas, previsibles en su tratamiento formal... todas y cada una de estas intenciones por narrar la vida de Jesús de Nazaret chocan frontalmente contra el respeto excesivo que genera esta figura y el miedo que crea entre los productores, el miedo a fracasar en taquilla si la trama se aleja excesivamente de lo que siempre ha sido considerado como religiosamente correcto. Por fortuna, siempre ha habido autores que han intentado aportar nuevas perspectivas que nos ayudan a comprender la fenomenología de un personaje universal excesivamente divinizado.
Desde Ray hasta Pasolini
Dentro de este apartado figura la nueva versión de «Rey de reyes» que dirigió el eterno rebelde sin causa Nicholas Ray en el año 61. La versión rodada por el autor de «Johnny Guitar» contó con un guión escrito por Philip Yordan y en el que también participó activamente el escritor de misterio y ciencia ficción Ray Bradbury. Semejante unión de creadores dio como resultado una obra-encargo dedicada a Cristo y ejecutada por personas a las que el cristianismo no les importada nada. La primera intención de este proyecto fue la de hacer una reconstrucción de la historia de Israel entre los años que van de la entrada de las legiones romanas en Jerusalén hasta la muerte de Jesús; reconstrucción que, aparte de no ocultar su marcado acento sionista, convirtió a Jesucristo en un personaje más de la época. Es decir, los hechos de su vida adquieren igual (o menor) importancia que la profanación del templo por las tropas del romano Pompeyo o a la descripción de los movimientos de resistencia antirromana.
Nicholas Ray se esmeró a la hora de eliminar con mucho tacto cualquier circunstancia que recordara la condición divina de su protagonista haciendo especial hincapié en el asunto de los milagros. Dejando a un lado estas peculiaridades ideológicas, otra de las obsesiones del guión fue la de conseguir realismo y originalidad: Jesucristo (Jeffrey Hunter) visita al Bautista (Robert Ryan) en la cárcel y Barrabás figura como líder de la guerrilla nacionalista antirromana. Jeffrey Hunter llevó a cabo una aplicada interpretación que fue triturada por un gran sector de la critica que rebautizó la película como «I Was a Teenage Jesus» («Yo fui un Jesús adolescente»). Lo cierto es que tras protagonizar este filme, la carrera de Hunter cayó en picado. En beneficio del actor cabe destacar que su Jesús resulta cercano, afable y carente de afectación, todo lo contrario a la figura arquetípica que el cine siempre creó para este personaje.
«El Evangelio según San Mateo» de 1964 constituye un auténtico cambio de registro en lo que a Jesucristos fílmicos se refiere. Por un lado topamos con su director, Pier Paolo Pasolini quien -parafraseando al marqués de Bradomín- por su condición de ateo, marxista y homosexual, no resultaba la persona idónea para llevar a cabo este proyecto, y por otro, el guión se remitía directamente al texto original de Mateo en vez de seguir la tradicional costumbre de mezclar frases de varios evangelistas o añadir diálogos escritos por los propios guionistas.
El interés de Pasolini por Cristo no resulta del todo incompresible ya que era ateo, pero un ateo inteligente y culto que no sentía ninguna necesidad de hacer propaganda antirreligiosa; y por otra parte, si bien detestaba el catolicismo desde un punto de vista social e histórico, no tenía ningún reparo en considerarse «culturalmente cristiano». Tal y como refleja Rafael de España en su excelente estudio «El peplum, la antigüedad en el cine»: «El Evangelio según San Mateo» «puede verse también como un homenaje al Papa que dio los primeros (aunque tímidos) pasos para acercar la Iglesia al pueblo, ese pueblo del cual surge el Jesucristo de la película para llevar la guerra y la rebelión al corazón de los hombres, a separar al hijo del padre y a subvertir la estereotipada espiritualidad de los tiempos antiguos. Un Jesucristo sin duda radical, pero al mismo tiempo aceptable por cualquier cristiano».
La idea original de Pasolini fue la de dar el papel protagonista a un poeta como Yevtuchenko o Keruac para subrayar el cariz rebelde y visionario del personaje, pero al final se decantó por un joven estudiante del Estado español llamado Enrique Irazoqui. Al igual que el resto del reparto, Irazoqui jamás había coqueteado con el medio interpretativo.
Todos contra Scorsese
En el año 1989 multitud de creyentes poseídos por no se sabía muy bien qué fe, se atrincheraron en las puertas de los cines esgrimiendo todo tipo de pancartas y clamando al cielo para que un rayo redentor fulminara de la faz de la tierra al cineasta Martin Scorsese y a ese Jesucristo con cara de asesino llamado Willem Dafoe. El origen de esta sentencia divina fue la proyección de «La última tentación de Cristo». Basada en la novela homónima del filósofo griego Nikos Kazantzaskis, la película trataba de desmitificar por completo al personaje.
Probablemente, muchas de las personas que protestaron contra este filme -del que únicamente se presumía saber que Jesucristo y María Magdalena compartían una tórrida escena de amor- desconocían las inquietudes religiosas de un cineasta que en varias de sus obras ha dejado entrever las dudas y profundos sentimientos que siempre le han generado su educación religiosa. «Para mí -afirmó Scorsese- se trata de un filme religioso, un estudio serio del concepto de amor y una profundización de la idea de sacrificio a partir de una obra imaginaria. Es una exploración de la persona humana de Cristo por medios puramente humanos como son la sicología y la imaginación. De la persona humana, porque su persona divina permanece inaccesible fuera de la fe, que es para mí el fin último y esencial. Quiero hacer este filme para acrecentar la fe».
«La última tentación de Cristo» pasa por ser un ejercicio creativo tendente a mostrar una dimensión humanista, es una postura moderna para la cinematografía no por sus logros visuales o estéticos, sino por aquellos momentos de intenso debate teológico que consideran que la divinidad no está ligada a los conceptos humanísticos de cualquier mortal, aunque se trate del mismísimo Hijo de Dios quien se debate en sus emociones mortales. Fruto de estas dudas carnales surge la confusión que le genera su propio designio por cumplir la voluntad de un ser supremo.
Pero quien hasta el momento ha llevado a cabo la más compleja y difícil plasmación en imágenes del último y definitivo capítulo vital de Jesucristo ha sido el ultracatólico Mel Gibson. Difícilmente superable, esta obra mayor se limita a poner en imágenes todo aquello que han pregonado los Evangelios pero que nadie tuvo las agallas suficientes para dotarlas de imagen. En «La Pasión» de Gibson no hay margen para lecturas filosóficas o teológicas, es la simple y brutal escenificación de un sacrificio que ni siquiera fue del agrado de amplios sectores católicos que no podían soportar la visión de su idolatrado Jesucristo convertido en un auténtico guiñapo humano por culpa de la constante sucesión de torturas y vejaciones a las que supuestamente fue sometido.
La declaración principios del cineasta y actor australiano fue tajante: «Quería que la gente se estremeciera y también quise ser extremo. Quería llevar a la gente a la cima para que, desde allí, vieran la inmensidad de su sacrificio, cómo alguien puede dar amor y perdón, a pesar del dolor extremo». Dicho y hecho, Gibson se empleó a fondo a la hora de poner en escena una obra monumental en la que el dolor físico adquiere una dimensión extrema y dentro de una literalidad que abruma por el poderío de un encadenado de escenas que adquieren su mayor punto de eclosión en los instantes en los que el Jesucristo interpretado por un entregado Jim Caviezel se asoma por las callejas de Jerusalén portando su cruz y siendo observado por su desconsolada madre (Maia Morgenstern) y María Magdalena (Monica Bellucci). Rodada en latín, hebreo y arameo, esta obra muy personal de Gibson adquiere una dimensión extrema e inherente a un discurso religioso inmovilista y poco acostumbrado a ser alterado.
Los geniales Monty Python subvirtieron todas las normas preestablecidas cuando pusieron en escena su magistral “La vida de Brian” (1979). Aunque la realización lleve la firma de Terry Jones, se trata de una obra coral ejecutada por un grupo de actores británicos que alcanzó gran renombre gracias a una serie de programas televisivos de media hora de duración que llevaban por título “Monty Python' s Flying Circus”. Graham Chapman fue el encargado de meterse en la sufrida piel del aludido Brian, un personaje coetáneo de Jesús cuyas peripecias vitales tienen un riguroso paralelismo con las del Mesías auténtico. En un intento por no encender excesivamente el ánimo de los ultrarreligiosos, los Monty Python se encargaron muy mucho de diferenciar al seudo-Jesús encarnado por Chapman y el auténtico. Fieles a su ácido sentido del humor, los integrantes de este colectivo –respaldados por el productor ejecutivo del filme, el ex-Beatle George Harrison– afirmaron que no pretendían en modo alguno ofender los sentimientos de los fieles cristianos. Probablemente y mientras realizaban estas afirmaciones, dejaban entrever una sonrisa similar a la de aquellos centuriones que se veían en la obligación de ahogar su carcajada cada vez que el Pilatos interpretado por un genial Michael Palin habría su boca. En realidad, su intención fue la de arremeter contra todas las religiones utilizando un discurso inteligente y divertido que alcanzó su gran eclosión en la mítica escena de la crucifixión animada por la canción “Always Look the Bright Side of Life”.K.L.