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Análisis | Adiós a una resistente

Lise London, la «arpía» de la rue Daguerre

El 31 de marzo pasado falleció esta combatiente comunista y resistente contra los fascismos. Tanto ella como Artur London hicieron caso de la advertencia de Thomas Mann: «El silencio solo serviría para fomentar la indiferencia moral del mundo».

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Iñaki URDANIBIA Crítico literario

Decía Elisabet Ricol López -tal era el nombre que le pusieron al nacer- que no se nace resistente sino que se hace. Realmente toda su vida fue una pura resistencia contra las distintas caras del autoritarismo casi desde que asomó a este mundo en Montceau-les-mines (Estado francés) el 15 de febrero de 1916. Comprometida desde los 15 años con las juventudes comunistas, cuando todavía no había cumplido los 20 trabajaba ya para el Komintern en Moscú, donde conoció a su compañero de por vida, el dirigente comunista Artur London, alias Gerard.

Ambos colaboraron en la organización de las Brigadas Internacionales contra el fascismo hispano y cruzaron la frontera con el fin de participar en la lucha. Tras la victoria de Franco huyeron al Estado francés, en donde se comprometieron con la Resistencia contra el nazismo y sus cómplices de Vichy. La dedicación de quien ya era conocida como Lise London tras su matrimonio con Artur fue la de ayudar a los republicanos huidos y poner en pie la organización resistente, especialmente entre las mujeres. Precisamente organizaron una manifestación de protesta en el centro de París, en agosto de 1942, y era ella la encargada de arengar al millar de mujeres que se habían congregado: «La Ocupación, con todas sus desgracias, restricciones y asesinatos que comporta, ya ha durado suficiente...¡Tenemos que actuar! ¡Tenemos que negarnos a trabajar para la máquina de guerra alemana! Ha llegado el momento de empezar la lucha armada contra los nazis para echarlos del país. Pronto habrá un segundo frente...La hora de la liberación está cerca... ¡Viva la Resistencia!».

Memorias del campo

No gustaron a las autoridades germanas tales proclamas rebeldes y pusieron su máquina represiva en marcha con el fin de detener, entre otras, a «la arpía de la calle Daguerre», como fue calificada por el ministro del Gobierno colaboracionista del mariscal Pétain, Brinon. Detenida días después, y tras cumplir la condena en la cárcel parisina de La Roquete, fue trasladada a Alemania, en donde cumpliría el resto de la pena: trabajos forzados a perpetuidad. La primera estancia fue en Sarrebrück, la siguiente parada fue en Ravensbrück... y allá estuvo hasta la liberación del campo.

En los dos volúmenes de sus memorias -«La madeja del tiempo»: «Roja primavera» y «Memoria de la Resistencia», publicadas en 1996 y 1997 por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo- relata sus vivencias. En el primer volumen, sus andanzas por tierras hispanas en defensa de la República, y en el segundo, su compromiso con la Resistencia antifascista y su experiencia en los campos de concentración. Historias de lucha, de compromiso, de sacrificio y solidaridad, y naturalmente también de dolor, de represión, y... de muerte.

Contaba que tras la salida del Lager, cuando ya convivía con su marido -liberado junto a su hermano de Mauthausen-, soñaba con una mujer, conocida en el campo, que avanzaba moribunda, Micheline, con su niño de meses en brazos. Decía: «Tú, que has regresado, que has sobrevivido, ¿qué haces por nosotras, que no regresaremos nunca jamás?». Desde entonces, Lise no cesó de contar las maldades vividas.

La tenacidad y convicción de la mujer no cesó a pesar de la experiencia posterior que convirtió a su marido, en 1952, en «traidor, trotskista y sionista», siendo juzgado por ello y condenado a prisión. Infames peripecias que fueron descritas por él mismo en «L' Aveu» (La confesión), un libro llevado a la pantalla por Costas-Gavras. Mujer siempre comprometida con el testimonio de lo vivido, denunciando las vilezas sufridas y dispuesta a «ir a las escuelas y a las universidades a explicar qué es el fascismo para poder eliminarlo de una vez por todas. Si saben cómo es, también les será más fácil combatirlo. Por esta razón, las lecciones del pasado no pueden ser olvidadas, para no repetir los mismos errores».

Otro mundo es posible

Y si su amado Gerard pintó el lado oscuro, ella se comprometió a concluir la faena tras la muerte de Artur en 1986: «En `La confesión', Gérard había descrito las facetas más sombrías de la historia del comunismo en el siglo XX. Pero también habíamos pensado contar las otras, luminosas, que habían deslumbrado y arrastrado a nuestra generación. Ya debilitado por la enfermedad, no pudo realizar su deseo y me lo legó. Por fin, durante el verano de 1988 comencé a devanar la madeja del tiempo. Espero que estas crónicas estén a la altura de los deseos de Gérard».

Lise London cumplió con creces la tarea, siempre convencida de que el grito de «¡Otro mundo es posible!» se oye, y se debe seguir oyendo, y luchando por lograrlo hasta el final sin olvidar «que también ha existido otro tipo de fascismo: el estalinismo, que ha sido una monstruosidad que nada tenía que ver ni con las izquierdas ni con el socialismo ni con el comunismo»... Genio y figura.

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