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Santi Martínez | Responsable de CCOO-Gazteak

Tiempos de Vía Crucis

 

En estos días se han celebrado en multitud de ciudades y pueblos procesiones conmemorativas de la Semana Santa. Entre ellas destaca una, el Vía Crucis, que representa algunos de los episodios de la pasión de Jesús de Nazaret.

Creyentes o no, no supone un gran esfuerzo colectivizar este episodio del Evangelio situando en el lugar de Jesús a cualquier persona que estos días esté ubicada entre lo que podemos denominar como la parte sufriente de esta sociedad. Aquí están las personas desempleadas, las que no reciben ninguna prestación, las que no tienen vivienda, las que carecen, en definitiva, de los derechos más básicos de ciudadanía.

Como en el Vía Crucis del Nazareno, también la sociedad sufriente pasa por distintas estaciones con un denominador común, la pérdida de derechos paulatina. Si centramos en las personas jóvenes la identificación con el pueblo sufriente pasaremos también por nuestro particular Vía Crucis.

En la primera estación estamos condenados no a muerte, pero sí a jugar con las reglas que nos marcan instituciones financieras, poderes económicos y políticos que nunca elegimos. El FMI, el Banco Mundial, el Gobierno de Alemania y tantos otros que nos hacen sentir como parte de un protectorado que ni siquiera nuestros representantes son capaces de gobernar de forma autónoma.

En las siguientes estaciones nos hacen cargar con la cruz, y caemos por dos y tres veces. Nos cargan con la precariedad como un elemento previo a la entrada con pleno derecho al mercado de trabajo. La precariedad pasa a ser consustancial a la permanencia del joven en su empleo y caer resulta sencillo, cada vez más, como la salida de un trabajo precario hacia el desempleo. Existen, y más con la reforma laboral recién aprobada, mecanismos de salida del mercado de trabajo sencillos y baratos. Por ejemplo, el nuevo contrato a emprendedores con un año de prueba supone, en realidad, la posibilidad de que, transcurrido ese período, se pueda despedir al trabajador o trabajadora sin necesidad de indemnización alguna.

El paralelismo que hemos establecido se hace irónicamente creíble cuando hablamos del contrato para la formación y el aprendizaje, pues eleva el límite de edad a los 30 años; fija su duración en el tiempo máximo (tres años) y desvincula el contrato de la posibilidad de obtener una titulación, a través de la formación, para quienes no la tuvieran con anterioridad. Podemos ser aprendices hasta los 33 años, la edad en la que mataron a Jesús el Nazareno.

También pasamos por la etapa en la que se nos despoja no de las vestiduras, pero sí de las posibilidades de encontrar un empleo digno, cuando se prioriza a las personas que reciben prestación con bonificaciones al empleador que las contrate, en esos casos, también el joven o la joven que no ha generado prestación alguna lo va a tener muy complicado.

En el Vía Crucis, como en nuestras vidas, hay personas que nos ayudan, el Cireneo, la Verónica, en el caso de Jesús. Podemos y debemos colectivizar a las personas que nos ayudan en nuestra particular pasión como jóvenes.

Tengo claro que uno de los colectivos que están y que van a seguir estando con los y las jóvenes somos los sindicatos. Lo seguimos demostrando en nuestro trabajo diario y en nuestra condición de contrapoder real a la mayoría absoluta del Partido Popular, lo constatan articulillos como el de Luis María Ansón («El Mundo», 3 de abril), en el que invita a participar en una movilización contra la «dictadura sindical» y alaba el ejemplo de Margaret Thatcher en su política antisindical.

Es hora de empezar a cambiar estaciones y que sean otros quienes protagonicen el Vía Crucis.

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