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Josu MONTERO | Escritor y crítico

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E n la viñeta vemos de espaldas a padre, madre e hijo asomados a un mirador: «¿Os acordáis de cuando había horizonte?», exclama el padre; «¿cómo era, papi?», responde el niño. Más allá del mirador, un blanco vacío. Es un chiste de El Roto de hace unos días. El horizonte metafórico -el futuro, las expectativas laborales, económicas, sociales, personales- se convierte en el horizonte real, esa línea más o menos recta que separa/une la tierra del cielo, y que nutre y guía y sirve de referencia estable al ser humano. No hay horizonte. Ha desaparecido la lejana línea que separa tierra o mar y cielo. Por eso los suicidios aumentan desaforadamente, y crecen las enfermedades mentales, que probablemente no sean sino una repentina y cruel lucidez, sumada a la impotencia; letal combinación para el ser humano que sufre en sus propias carnes la locura insensata de un sistema desquiciadamente inhumano. Dimitris Christulas, el jubilado griego que se pegó el otro día un tiro en la cabeza delante del parlamento, pagó el alquiler de su apartamento antes de coger el metro hasta la plaza Sintagma para matarse a la sombra de un árbol. El suicidio como acto de resistencia, tanto o más ejemplar que el del propio Sócrates. Periodísticamente hay datos más relevantes: la nota en su bolsillo en la que exhortaba a los jóvenes sin horizonte a la lucha armada, la dignidad ante la humillación económica y vital, su compromiso en los colectivos que combaten la política de saqueo. Pero humana y poéticamente, esos dos detalles poseen vigor metafórico y la fuerza expresiva de una revelación. Pagar el alquiler. Dispararse a la sombra de un árbol que a buen seguro estaba empezando a florecer al tibio sol de los primeros días de abril. «Abril» viene del verbo latino «aperire», que significa «abrir».

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