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Análisis | 25 aniversario de la muerte de Primo Levi

Primo Levi, el justo

Una fecha tan redonda sirve al autor para recuperar la figura del escritor italiano Primo Levi (1919-1987), un resistente antifascista y supervivente de los campos de concentración nazis, autor de obras básicas como «Si esto es un hombre».

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Iñaki URDANIBIA Crítico literario

Fue un 11 de abril, el de 1987, cuando el escritor italiano se arrojó por el hueco de la escalera de su domicilio turinés. La sorpresa fue mayúscula, pues todo hacía pensar que las heridas de su encierro en Auschwitz ya habían sido superadas. Tan inesperado resultó el luctuoso hecho que algunos, entre ellos Jorge Semprún, llegaron a afirmar, contra todo principio de realidad, que su muerte había sido un accidente. No se daba crédito a la tajante decisión del autor de «Si esto es un hombre», más aún teniendo en cuenta el enfrentamiento que había mantenido con Jean Améry, con quien coincidió en el siniestro campo de concentración. Améry (de nombre real Hans Mayer, 1912-1978) era de la opinión de que tras la herida sufrida no había otra salida que el suicidio. Tal pensamiento negro no era del gusto de Primo Levi, quien dedicó al autor de «Más allá de la culpa y la expiación» -calificándole de «filósofo suicida»- uno de los ensayos que componen sus reflexiones tras su visita al campo de la muerte cuarenta años después: «Los hundidos y los salvados».

En los últimos tiempos de su existencia Primo Levi deambulaba por un estado depresivo provocado por la convivencia en el domicilio familiar con dos ancianas (su madre y su suegra), amén de por la ola negacionista de Faurisson et compagnie, que le enfurecía por su absoluta indignidad... sin obviar, la huella de los tiempos padecidos en el Lager germano y por la culpabilidad adquirida a causa de haber sobrevivido: «Nosotros, los sobrevivientes, no somos los verdaderos testigos. Es una noción que estorba y de la que he tomado conciencia poco a poco, leyendo los recuerdos de otros y releyendo los míos a varios años de distancia. Nosotros, los supervivientes, somos una minoría no solamente exigua, sino anormal: somos los que, gracias a la prevaricación, la habilidad o la suerte, no hemos tocado el fondo. Los que lo han hecho, que han visto la Gorgona, no han vuelto para contarlo, o se han quedado mudos, sin embargo son ellos, esos `musulmanes', esos devorados, los testigos integrales, aquellos cuyas confesiones habrían tenido una significación general. Ellos son la regla, nosotros la excepción» («Los hundidos y los salvados»). Pequeña aclaración: «En todos los Lager era común el término muselmann, musulmán, atribuido al prisionero irreversiblemente exhausto, extenuado, próximo a la muerte. Se han propuesto dos explicaciones, ambas poco convincentes: el fatalismo, y los vendajes de la cabeza que podían asemejarse a un turco». (Los hundidos..., p. 85).

Primo Levi (1919-1987) nació el 31 de enero de 1919, en el seno de una familia perteneciente a la comunidad judía que había huido de España hacia el Piamonte en el siglo XVI. La cuestión de su judeidad no representaba para él más que una anécdota casual, si se exceptúan ciertos desprecios escolares y algunas limitaciones académicas posteriores con ocasión de las leyes racistas decretadas por el fascio; él se consideraba ateo. En este terreno le sucedería lo mismo que afirmaba Hannah Arendt, que ella respondía como judía cuando era atacada como tal, postura que por otra parte no hace sino confirmar aquello que afirmase Jean-Paul Sartre al hablar de «la cuestión judía»: que la conciencia de ser judío la originaba el antisemitismo. Levi se inclinó por la química, ya que le seducía la capacidad de comprender el mundo que proporciona dicha ciencia, y encontró en el laboratorio el lugar adecuado para la forja de la paciencia y de la tenacidad, la objetividad y la capacidad inventiva. Las leyes antisemitas no le supusieron mayores incordios en su carrera académica a no ser que la obtención del grado de doctor en química cum laude en 1941 fuese acompañada de la anotación de «a Primo Levi, de raza judía».

En dicha época comenzó a participar en círculos antifascistas. El desembarco de los aliados en Sicilia y el hundimiento del régimen fascista supuso motivo de enorme alegría para aquellos jóvenes. Mas poco duró ya que, en setiembre de 1943, entraron las tropas alemanas en Milán. Primo Levi decidió comprometerse de manera más activa, trasladándose al Valle de Aosta e integrándose en los grupos del movimiento de resistencia. Él y sus colegas fueron capturados por los milicianos fascistas en la noche del 13 de diciembre de 1943. Conducidos a Aosta, se les dio a elegir: aceptar su condición de partisano sin más o reconocer la de judío, con la promesa de mantenerle en un campo italiano hasta la finalización de la guerra. Dos aspectos pesaron en la postura de Primo Levi a la hora de optar, según sus propias confesiones. Una, que con tal declaración («ser judío») parecía evitar la muerte inmediata, y dos, un cierto orgullo que le surgió como queriendo demostrar que también los judíos eran capaces de combatir y luchar con las armas en la mano.

La promesa no llegó a cumplirse en su totalidad. Fue conducido al campo de Fossoli, donde permaneció hasta el 22 de febrero de 1944, fecha en la que fue embarcado con otros 650 judíos hasta Capri y de allí a Auschwitz en vagones de tren para el ganado. Quiso la casualidad que el campo de Monowitz -ampliación de Auschwitz- se había construido para abastecer de mano de obra a Burna, una gigantesca empresa de productos químicos. Su trabajo en su laboratorio supuso que Levi no padeciese la dureza de su segundo invierno por aquellas gélidas latitudes. Permaneció en el campo desde febrero de 1944 hasta el 27 de enero de 1945, día de la liberación por las primeras avanzadillas del Ejército rojo. La suerte, una vez más, jugó a su favor porque los alemanes partieron con los detenidos en una macabra marcha a lo largo de Polonia en la que morirían casi todos. Abandonaron en el campo a los enfermos, entre los que se encontraba Primo Levi, con la escarlatina.

Debido al caos del momento, Levi no pudo volver a su país. Trabajó primero en el campo como enfermero, luego vino el deambular por Bielorrusia, Ucrania, Rumanía, Hungría y Austria (peripecias relatadas en su libro «La tregua»); llegando, al fin, a Turín el 19 de octubre de 1946, unos meses después de su liberación. Al año de su llegada consiguió un puesto de químico en una pequeña fábrica cerca de Turín, donde llegó a ser director. Trabajó allí hasta su jubilación en 1975. En 1947 había contraído matrimonio con Lucia Morpurgo con la que tuvo dos hijos. Desde su vuelta comenzó a combinar su trabajo con su dedicación a la escritura. Primero, varios poemas y «Si esto es un hombre» (publicado en una pequeña editorial pasando desapercibido para el público, hasta que en 1958 fue reeditado por Eiunadi logrando entonces un notable éxito); luego escribiría «La tregua». Los temas relacionados con lo «concentracionario» son combinados con la incursión y la experimentación en otros terrenos literarios: entre ciencia-ficción y cuentos filosóficos. En 1986, volvería al tema de los campos al publicar «Los hundidos y los salvados». Escribía Georges Perec que «hablar, escribir es para el deportado que vuelve una necesidad tan inmediata y tan fuerte como su necesidad de calcio, de azúcar, de sol, de carne, de sueño, de silencio» («Une aventure des années soixante»). Primo Levi fue de los primeros en hacerlo hasta que «el hombre que perdona» -como le llamase Jean Améry- no pudo aguantar más poniendo fin a sus días. «Quisiera creer algo distinto / Y no que la muerte te venció. / Quisiera poder expresar la fuerza / Con la que entonces deseamos, / Ya caídos, / Poder caminar, una vez más, juntos / Y libres bajo el sol», versificaba el 9 de enero de 1946.

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