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Jon Odriozola Periodista

República, sí, pero no cualquiera

Sucede que te reivindicas como republicano y eso parece darte un label de bonhomía que te exonera de déficits que no tienes que explicar

No corren buenos tiempos para la Monarquía española borbónica. O, mejor dicho, para la Casa del Rey (se dice así y no «Casa Real»), ya saben, Urdangarín y sus chanchullos, sin mencionar los del propio rey en su día. Incluso la extrema derecha (que ahora hay que decir «derecha extrema» en unos funambulismos semióticos desopilantes) se muestra «crítica» no tanto con la «institución» como con algún txorizo que otro al amparo de ella, pero, qué digo, también con la mismísima Monarquía si hace falta y procede. La oligarquía lo mismo instrumentaliza la dinastía borbónica para sus planes en el mantenimiento del poder que la manda a paseo (ya se hizo en la «Gloriosa» y en la II República, ¡pero siempre volvieron!) como un trasto viejo. Todo depende según y cómo para seguir en el machito mangoneando.

De mí sé decir que soy republicano, pero, ah, no solo. También soy un comunista... de mierda, por supuesto. Y es que, ultimadamente, que diría Cantinflas, y dan ganas de hablar «cantinflescamente», aspirar a la proclamación de la III República está no solo bien, sino requetebién, pues cómo no («he ahí el detalle, joven», diría el genial cómico nacido en Michoacán). No le buscaremos tres pies al gato. ¿O sí? Sucede que te reivindicas como republicano y eso parece darte un label de bonhomía que te exonera de algunos déficits que no tienes que explicar. Veamos: soy republicano, pero también anticapitalista, es decir, antiburgués. Y, como digo, comunista (o sea, un totalitario) a favor de la jurásica dictadura del proletariado (que eso es ser comunista, según Lenin) dizque la mayoría de los trabajadores asalariados y autónomos y campesinos, que esto es la democracia... de las mayorías. Y lo demás son cuentos, que diría el gran poeta León Felipe (que no era comunista ni falta que le hacía).

Hubo franquistas que, por arte de birlibirloque, cuando empezó este tinglado de la antigua farsa lampedusiana (cambiar algo para que todo siga igual, pero tú disimula y hazte el loco y pregunta qué hay de lo tuyo), que llamaron «Transición» o enésima «Reforma», con la colaboración inestimable de traidores y vendeobreros (estoy pensando en Carrillo) para ensanchar la base social del neofascismo imperante, se metamorfosearon, camaleónicamente, en «demócratas», y lo mismo hoy, si cumple, en republicanos. Todo por amor a la patria (léase el bolsillo, la querida y la piscina).

Reproduciré ahora algunos epinicios que cantaba la Falange (la auténtica, la que se opuso al Decreto de Unificación de abril de 1937 dictado por Franco, la, digamos, joseantoniana o la del pronazi Manuel Hedilla, o sea, fascistas «puros» y no «francofalangistas» tipo Arrese o Girón) donde se ve su rotundo antimonarquismo y ¿prorrepublicanismo? Sí, pero de otro jaez, de otro tipo que no recordara la II República (burguesa pero democrática) contra la que se sublevaron más con armas que bagajes ideológicos, que no tenían (igual que hoy). Aquí va la primera, cuya fuente es Mª Teresa Choperena. Dice así, y agárrense los machos: «¡Viva, viva la revolución!/ Viva, viva la Falange de las JONS/ ¡Muera, muera el capital/ ¡Viva, viva el Estado Sindical/ Que no queremos, ¡no!, reyes idiotas que no sepan gobernar/ Lo que queremos e implantaremos: el Estado Sindical/ Abajo el Rey». Es un himno de los más antiguos de las viejas JONS que proclamaba «no más reyes de estirpe extranjera».

El efecto personal más inmediato de la proclamación de la II República del 31 había sido la separación del rey Alfonso XIII y de la reina Victoria Eugenia. Uno se fue por un lado y otra por otro, uno al cobijo de la Italia fascista, en compañía de los hijos, entre ellos el infante don Juan (padre de Juan Carlos), y otra a la neutral Suiza (un nido de espías). Fallecido el rey y derrotado el fascismo (menos en España y su vexilología), don Juan asentó sus reales posaderas en el Portugal corporativista de Oliveira Salazar (un fascismo «popular»). Y tras la conocida entrevista del Saltillo, acordó con el Generalísimo (a quien se ofreció nada más empezar la «Cruzada») que Juan Carlos se educara en la España del Caudillo. Una decisión que despertó la ira de los jóvenes falangistas de la «revolución pendiente». Mientras unos se acomodaban, otros se daban cuenta del rumbo que tomaban los acontecimientos. Y para manifestar su descontento, cantaban esta tonadilla con la música de «¿Dónde vas Alfonso XII?», que rezaba: «De Portugal ha venido, de Portugal ha llegado/ el que va a ser Rey de España, y se llama Don Juan Carlos/ A la estación de Delicias ha salido ha recibirle la aristocracia española, entre dos guardias civiles/ El maquinista era conde, la cocinera marquesa, la mujer de la limpieza dicen que era baronesa/ Si Juan Carlos quiere corona, que se la haga de cartón, que la corona de España no es para ningún Borbón sino para el pueblo español».

Y la última, aunque hay más, con música de «Jingle Bells», dice muy explosivamente: «¡Reyes, no! ¡Reyes, no! ¡Revolución, sí! ¡Reyes, no! ¡Reyes, no! ¡Revolución, sí! Qué bonita esta bombita que vamos a colocar cuando venga el Rey Juan Carlos en el palacio real».

A mí no me mire, señor juez: ¡yo no he sido!

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