Dice David Trueba que aceptó empezar a escribir su columna en la prensa diaria como complemento a la preparación del guión de «Madrid, 1987», y así poder comprender mejor la rutina del curtido periodista encarnado por José Sacristán. Expuesto de esa manera, parece como si se tratara de una actividad paralela a la de su verdadera dedicación fílmica. Entiendo que la de rodar sea su inalterable vocación, pero puede llegar a gustar más como escribe que como dirige películas. Se ha revelado, al igual que ocurre con su colega de profesión Álex de la Iglesia, como un extraordinario columnista.

También comenta que, en 1987, era estudiante de primero de periodismo, exactamente lo mismo que el personaje de María Valverde. A través de ella quiere expresar la admiración que entonces sentía por los articulistas de raza. La relación entre la joven estudiante y el veterano maestro del periodismo refleja, en consecuencia, la inspiración que despertaban en quienes empezaban a escribir los que dentro de la prensa diaria practicaban todo un género literario. Ese reconocimiento no tenía nada que ver con el histérico fenómeno fan de nuestros días, porque estaba más vinculado a la idea del aprendizaje vital.

María Valverde se acerca a José Sacristán queriendo retener algo de la sabiduría que representa, mientras que el hombre maduro ve en la joven una fuente de deseo mediante la cual recuperar parte de la energía perdida. Su encuentro sirve para establecer un diálogo entre la generación que luchó contra el franquismo y la que ya creció con la democracia. La desnudez metafórica y física que les une viene justificada por un accidental encierro en el baño del piso en el que han tenido su encuentro.

Una situación central asociada a un mínimo coste de producción, dentro de una pequeña película independiente hecha al margen de la industria y sin ningún tipo de subvención o de ayuda oficial.