Sabino Cuadra Lasarte | Abogado
¿Estado vasco versus república vasca?
Partiendo del convencimiento de que la independencia de Euskal Herria es la única opción que puede grantizar su libertad y soberanía, afirma Cuadra que el proyecto independentista debe ir más allá abordando otras cuestiones. Sostiene que el estado suele funcionar favorablemente para las minorías que detentan el poder económico, militar... por eso, considera que las fuerzas de izquierda que accedan al poder deberían fomentar «una organización social substancialmente diferente», y propugna compatibilizar la reivindicación de un estado con la de una república vasca, «socialista, por supuesto»
Vista la experiencia de estos últimos 500 años, es evidente que solo la independencia de Euskal Herria y la conformación de un Estado vasco es la única opción -¿cuál si no?- que puede garantizar a nuestro pueblo la libertad y soberanía a la que tiene derecho. Tanto la historia -conquista militar, guerras carlistas y del 36...-, como el presente -España «indivisible e indisoluble», Amejoramiento impuesto, carpetazo al plan Ibarretxe...- muestran que poco puede esperarse de esta cárcel de pueblos que, desde su propia creación hace cinco siglos, es el Estado español.
La institucionalización política de Euskal Herria no tiene por qué aceptar poderes menores de los que hoy tiene el resto de naciones que han alcanzado la independencia, cual es la de su conformación como un estado soberano en el actual contexto internacional. En cualquier caso, es evidente también que, partiendo de lo anterior y desde un punto de vista de izquierdas, nuestro proyecto independentista debe ir más allá y abordar en positivo otra serie de problemas.
El estado, tal como se ha configurado históricamente, no es una institución neutra situada por encima de los distintos y contradictorios intereses existentes en una sociedad. Por el contrario, se trata de algo construido para mejor defender los derechos de las clases y grupos sociales dominantes, con los que mantiene estrechas y firmes relaciones, a fin de garantizar su privilegiada situación económica, política, social y cultural frente a las mayorías sociales dominadas.
El estado no es pues algo aséptico que, según cual sea la fuerza que detente el poder político, pueda convertirse en una institución progresista o reaccionaria, sino algo que opera en todo momento en favor de las minorías detentadoras del poder real existente: económico, militar, cultural, religioso... Por esa razón, en caso de que las fuerzas de izquierda accedan al poder político, lejos de dejar intacta esa institución, deberán impulsar la construcción de una organización social substancialmente diferente. De lo contrario, el viejo aparato podrá neutralizar inicialmente y posteriormente fagocitar el cambio radical que se pretende realizar.
Entendida la democracia -grosso modo- como «gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo», la misma se encuentra a años luz del mercadeo electoral que conocemos. En la actual «democracia», somos tan solo meros consumidores de los productos monopolizados por los grandes partidos que producen, distribuyen y venden las distintas mercancías electorales, quedando limitada nuestra participación a votar/consumir cada cuatro años las listas/productos que aquellos nos publicitan.
La democracia, por el contrario, debería asentarse en la participación directa de la sociedad en sus distintos ámbitos (laboral, vecinal, social...), y medirse, más que por grandes afirmaciones constitucionales (no es lo mismo tener «derecho a la vivienda» que conseguir el acceso real a la misma), por la materialización efectiva de los derechos y libertades de la ciudadanía. Esa democracia debería ser además más real y directa (derecho a la revocación de los gobiernos -mienten mucho- y cargos públicos, realización de consultas y referéndum, listas abiertas...) y menos formal, estando exenta de privilegios de cualquier tipo para las personas electas, cuya situación salarial y social debería ser similar a la del resto de la población.
¿Que a cuenta de qué viene todo esto? La respuesta es simple. En estas fechas que transcurren entre la celebración del Aberri Eguna y el próximo y 14 de abril, quizás sea bueno comenzar a dar a la reivindicación de la «república vasca» un papel más central en nuestra estrategia y práctica independentista. Me explico.
Evidentemente, no por reivindicar la «república vasca» va a desaparecer ningún problema de fondo de los antes comentados. Existen abundantes ejemplos en los que, bajo el manto «republicano», se han levantado los más despóticos regímenes, al igual que también existen ejemplos imperiales cuya seña de identidad se asienta en la afirmación «estatal». En este sentido, ¿qué diferencia cualitativa existe hoy entre la republicanísima Francia, y los democratísimos Estados Unidos de América? El problema, pues, es de contenido, no de nombres.
Aún con todo, es evidente que mientras la reivindicación del «estado» hace referencia, en esencia, a algo relacionado con el gobierno, el poder, la administración, el ejército, etcétera, la de «república» nos pone en mayor medida en relación con exigencias de democracia, libertades (Grecia, revoluciones francesa y rusa, luchas independentistas antiimperialistas...) y en oposición a aquellas formaciones históricas sobre las cuales se ha asentado habitualmente el despotismo y la tiranía: imperios, monarquías, dictaduras...
Reclamar la república vasca nos permite, además, enlazar directamente con lo mejor de nuestras tradiciones democráticas (Juntas, Infanzones, el batzarre y el auzolan...) y no con monarquías y jauntxos, así como con reivindicaciones de plena actualidad (democracia laboral, barrial, social...) y otras que apuntan a la nueva sociedad que queremos construir: participativa, autoorganizada, laica, no patriarcal desmilitarizada... Por el contrario, sacralizar sin más la exigencia del estado vasco, puede servir para alimentar algunos discursos («primero hay que construir la casa y luego ya veremos de qué color la pintamos»), que en el fondo no hacen sino relegar del quehacer diario las reivindicaciones democráticas y sociales de izquierda.
Por otro lado, la reivindicación de la república vasca no desmerece en modo alguno ni rebaja la exigencia de independencia. Dicho de otra manera, la defensa del estado vasco no conlleva, per se, contenidos más «independentistas» que los que pueda tener la república vasca. Mucho más aun frente al Estado español, en cuya conformación la Monarquía ha sido y es una de las principales señas de identidad de la España «indivisible e indisoluble» y, en esa medida, la afirmación republicana añade un plus de ruptura a nuestras aspiraciones independentistas.
Así pues, si bien la conformación de un estado vasco es, como decíamos al principio, la única opción que puede garantizar a nuestro pueblo en el actual contexto internacional la libertad y soberanía a la que tiene derecho, que nuestra bandera diaria de lucha sea la de la república vasca. Socialista, por supuesto.