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Robo y tráfico de niños: ¿acto aislado de una monja o trama con cobertura al más alto nivel?

La imputación de la monja María Gómez Valbuena y su comparecencia por «detención ilegal y falsedad documental» ha supuesto, por primera vez, poner nombres y apellidos a una de las personas que, según los relatos y los testimonios, tuvo un rol determinante en aquella trama. No era una monja cualquiera, robó niños con alevosía, y encima amenazaba a las madres con «quitarles por adúlteras» las otras hijas. Ayer se acogió a su derecho a no declarar y, como era de esperar, no tiró de la manta. Llamó la atención, sin embargo, por lo revelador e indignante que resulta, que la monja saliera en un todoterreno de alta gama, con los cristales tintados y fuese escoltada en todo momento. En efecto, de confirmarse las acusaciones, esa monja representa todos los demonios imaginables.

Pero conviene no perder la perspectiva y reducirlo todo a una cuestión aislada de monjas, curas y médicos. Robar y traficar con niños fue para los franquistas un acto de limpieza ideológica e ingeniería social, después la Iglesia le dio continuidad como cruzada contra las madres «pecaminosas y adúlteras» y finalmente se reconvirtió en una máquina de hacer dinero. Eso solo es posible con una trama organizada con cobertura al más alto nivel.

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