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Raimundo Fitero

Lo siento

La tomadura de pelo de arrepentimiento del suegro de Urdangarin y Marichalar y la periodista, es uno de esos momentos televisivos en los que no caben más lugares comunes. Unas cámaras colocadas estratégicamente en un lugar de un hospital, una pregunta aparentemente espontánea y una respuesta ensayada, fruto de un trabajo de logopedia y coaching interpretativo. La cara del Borbón parecía limpia, maquillada, descansada, como si saliera de una operación de lifting y no de cadera, y con un gesto compungido, como si de un niño malo se tratara. Tiene todo esto tanta credibilidad como cuando salen las escenas de Corea del Norte, con los coros de plañideras. Lo mismo. Pero en monólogo.

«Lo siento. Me equivoqué. No volverá a ocurrir». Y se quedó tan pancho él, como los partidillos políticos de pitiminí y alguna prensa que había hecho gestualidades, como Iñaki Gabilondo, que se da por satisfecho. Lo de Iñaki Gabilondo es fantástico, desde que se fue o le echaron de Cuatro, trabaja más que nunca y ha encontrado un lugar en la nómina de ETB para hacer una visión de la transición, vergonzosa. No se puede ser más parcial, más servil a quien le paga. No se puede mentir de una manera más pomposa.

Con lo del cazador furtivo igual. Con tres frases mediocres, vulgares, considera que ya se salva la corona, la monarquía, el futuro y se bendice al marido de la periodista, un tipo que no ha pegado un palo al agua y que se arroga una representatividad que no tiene. Lo del principito va a ser un problema grande, en breve.

Si se miran las frases, surgen dudas más que razonables.¿Qué es lo que siente exactamente? ¿Qué trascendiera sus campechanas ausencias irresponsables, que se rompiera la cadera, supuestamente, o que se conociera? ¿En qué se equivocó? ¿En lugar, hora, compañía, escopeta, bebida o mensajería? Y el que no volverá a ocurrir, es más claro. Pase lo que pase, no se va a enterar ni dios. Las cosas están donde estaban. No hay enmienda, ni arrepentimiento. Una salida de urgencia. Pero la prensa es tan dócil, que hasta le aplauden. Este señor con dos muletas es el jefe del Estado del Reino de España. Como decía El Roto: mucha corona para tan poca cabeza.

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