Mikel INSAUSTI

La única valedora de “Cairo Time” es la actriz Patricia Clarkson, sin cuyo concurso esta película se quedaría totalmente trasnochada en su romanticismo turístico. Ella está divina en cualquier situación, porque es capaz de flotar sobre la suciedad del suelo que pisa sin mancharse. Encaja muy bien con el prototipo de mujer madura occidental, sensible a su manera en la distancia, como cuando comenta a su acompañante nativo la idea de escribir un artículo sobre los niños de la calle, coincidiendo con el momento en que una niña se le acerca en una terraza para pedirle dinero. Su enamoramiento de ese hombre árabe es exactamente igual de higiénico, puesto que nunca va más allá de lo puramente platónico. No hay contacto físico, no hay intercambio alguno de fluidos, apenas un gesto o una mirada cómplices, un beso imperceptible y distraído como en los inocentes juegos infantiles. Al fin y al cabo se trata de un simple entretenimiento vacacional, mientras espera la llegada de su marido, que trabaja para la ONU y ha quedado aislado en un campamento de Gaza.

Todo es tan casto, que ni tan siquiera traiciona al esposo ausente, salvo por el detalle perdonable de que incumple la promesa de visitar con él las pirámides; pero es que el tiempo pasa y no puede evitar la tentación de acercarse a ellas, harta ya de contemplarlas en el horizonte desde cualquier parte de El Cairo o durante los paseos en barca por el Nilo. Quien espere instantes de intensidad dramática como en “Los puentes de Madison” que se olvide, porque “Cairo Time” nunca alcanza el nivel de pasión contenido en un breve encuentro irrepetible, de los que generan una historia de amor inolvidable para el resto de la vida en otra compañía, o en soledad. Tampoco es memorable como experiencia multicultural, ya que la música suena muy de fondo y el baile surge tímidamente durante una boda en Alejandría. No se intuye nada en la película que haga pensar en el estallido de la Primavera árabe, es como si estuviera fuera del tiempo.