CRíTICA: «Los juegos del hambre»
El triunfo de la pareja adolescente
Mikel INSAUSTI
No hay nada nuevo en «Los juegos del hambre», puesto que trata un tema tan viejo como el de la caza humana, que parte del clásico de la RKO «El malvado Zaroff», estrenado hace ya ocho décadas. Para que parezca otra cosa se le añade un caudal multireferencial, resumible por grado de mayor influencia en los siguientes títulos: «Battle Royale», «1984», «Gladiator», «El show de Truman», «La isla» y «El señor de las moscas». Ante tantos reconocibles precedentes literarios y cinematográficos, por una vez sobra la consabida e inútil discusión comparativa entre el texto original de Suzanne Collins y la adaptación para la pantalla de Gary Ross.
Puestos a hacer comparaciones, tiene más lógica fijarse en la saga «Crepúsculo», puesto que «Los juegos del hambre» inaugura otra millonaria franquicia dirigida también al público adolescente. En su favor hay que decir que esta primera entrega resulta mucho más entretenida que las películas inspiradas en las novelas de Stephenie Meyer, debido a que en «Crepúsculo» domina por completo un romanticismo conservador, mientras que en «Los juegos del hambre» el fantástico en clave futurista y distópica se dispara. Al final triunfa igualmente el amor de la pareja quinceañera, pero para llegar a ese clímax platónico la heroína y su compañero deberán superar antes las pruebas de supervivencia que se les plantean y que constituyen el meollo del relato.
Gary Ross es un buen creador de mundos imaginarios y prueba de ello es «Pleasantville», pero el cine de acción no lo es suyo. Así que ha contado con el pletórico Steven Soderbergh de «Indomable» como director de la segunda unidad, para filmar y coreografiar las escenas violentas. No le queda otro remedio que recurrir a movimientos bruscos y barridos de cámara, debido a que no puede mostrar con un mínimo realismo los detalles sangrientos a fin de mantener la calificación de película apta para los menores de edad.
Dicha limitación del impacto visual es compensada a base de ingenio, aunque de forma desigual y no siempre extremadamente brillante.