Josu MONTERO Escritor y crítico
Obsequio
Saco un folio y lo coloco sobre la mesa, delante de mí. Tomo la pluma entre los dedos corazón, índice y pulgar; poso su punta suavemente sobre la superficie del papel, la vuelvo a levantar, me concentro un poco más; ahora sí, la primera palabra y la segunda y la tercera pasan de mi cerebro al papel a través de mano y pluma. Pero enseguida son estas las que toman el mando y el pensamiento quien debe seguirlas. Y si la cosa va bien, a medida que las palabras van tiñendo de negro el blanco, son entonces estas, las palabras, las que piensan por sí mismas, y cabeza, mano y pluma quienes les siguen fascinadas. Este gesto tan sencillo, tan sensual y tan antiguo se ha convertido en poco tiempo en un vestigio del pasado. Trazar unos signos sobre un papel. La escritura. A mano. La inconfundible y delatora letra de cada cual. Dentro de poco no quedará acaso nadie que conserve un atadillo de cartas de familiares lejanos o de amigos, ni tan siquiera de amor, esas siempre ridículas cartas de amor, que dijo Pessoa, o tal vez fue Pavese, da igual, los dos escribieron durante años un diario, a mano. Seguro que nunca habrá un «Libro del desasosiego» ni un «El oficio de vivir» en facebook ni en twiter ni en... Ayer fue el Día del libro; es una pena que no exista uno dedicado al milagro de la escritura, la de todos. En el Museo Etnográfico de Terque, un pueblo de Almería, existe un insólito «Archivo de las Escrituras Cotidianas», que cuenta con más de 10.000 documentos manuscritos. Desde antiguas y encantadoras redacciones escolares a amarillentas cartas. En una de ellas, fechada en 1937, un preso de la cárcel de Almería agradece a un amigo que le hiciera llegar un puñado de cuartillas y un lapicero para poder escribir: «Si esta maldita guerra lo permite, alguna vez corresponderé a tan grande obsequio».