Robert Guédiguian se ha sentido muy a gusto en su ambiente durante años, pero una parte de la crítica le retaba a que hiciera películas fuera de su barrio marsellés de L'Estaque. Nunca necesitó demostrar nada a nadie, pero la cuestión es que durante la segunda mitad de la pasada década se dio un respiro e hizo cuatro incursiones en el mundo exterior, sin que su filmografía se haya resentido por ello. En el 2005, hizo el biopic político «Presidente Miterrand»; en el 2006, la película de carretera de retorno a sus raíces «Le voyage en Arménie»; en el 2008, la muestra de cine negro «Lady Jane» y en el 2009, la cinta histórica sobre la Resistencia «El ejército del crimen».

Ya iba siendo hora de regresar a su propio género de autor, el que le consagró internacionalmente gracias a «Marius y Jeannette», realización de 1997 que ha quedado como el modelo perfecto de su obra cinematográfica. Claro que las cosas han cambiado en su barrio obrero, porque han cambiado en todas partes, y así lo refleja «Las nieves del Kilimanjaro», título que evoca el clásico de Hollywood en el que Henry King adaptaba la novela de Ernest Hemingway. Aquel recuerdo exótico está presente en la canción de Pascal Danel «Les neiges du Kilimanjaro», que contrasta con la verdadera inspiración del guión coescrito una vez más por Jean-Louis Milesi, y que se trata de un poema de Víctor Hugo sobre la gente pobre.

Pero los protagonistas no verán esas nieves perpetuas del techo de África, sencillamente porque se quedan sin viaje y sin el merecido premio llegado el momento de la prejubilación forzosa. Lo que más les duele es que los ladrones resulten ser otros trabajadores como ellos, que, en una época de despidos, han optado por delinquir sin mirar a quién roban, sin importarles que las víctimas sean aquellos que menos tienen, y que también se han quedado en la calle por el mero hecho de ser consecuentes con su sindicalismo.