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Mikel Jauregi Periodista

Sincera felicidad

En todas las encuestas la sinceridad aparece como la cualidad humana más apreciada. Pues, sincerémonos: estoy feliz. Y todo a raíz de dos partidos de fútbol -bueno, si he de ser honesto del todo, también ayuda el hecho de que el fin de semana sean las fiestas del pueblo-. Así de simple: un par de dosis del denominado «opio del pueblo» y servidor, como unas castañuelas.

Soy de la opinión de que lo que muchos califican como «la mejor liga del mundo» no es sino una mentira tan gorda como que Susaeta es el peor jugador del mundo -broma habitual entre las cuatro paredes de esta redacción-. Sí, el campeonato cuenta con los dos mejores equipos del planeta: FC Barcelona y Real Madrid tienen en sus filas a los mejores futbolistas de la actualidad, dinero a mansalva -aun con sus impresionantes deudas-, medios de comunicación que les dedican a diario páginas y páginas, horas y horas... Pero, ¿y el resto? Lo que hacen los otros dieciocho equipos de Primera es tratar de quedarse con las migajas -sean puntos, títulos o dinero- que dejan en el camino esos dos monstruos.

Es por eso que apenas nadie osaba poner en duda que culés y merengues iban a encontrarse el próximo 19 de mayo en Múnich. Pues nada, ¡zas! en toda la boca: ni unos ni otros, ni Madrid ni Barça; los que disputarán la gran final de la Champions League son el Chelsea y los anfitriones del Bayern. Y aquí, el menda, como decía al principio, tan contento. Porque estoy hasta los mismísimos de los piques de patio de colegio que se traen ambos clubes, sus trabajadores y sus respectivos voceros, y sobre todo de la forma en que ningunean al resto de equipos de la Liga y de Europa.

Vi la segunda parte, la prórroga y los penaltis del Madrid-Bayern. Y me sorprendí notablemente nervioso, como si estuviera jugando mi equipo: lo que ocurría era que quien estaba sobre el césped era mi antiequipo -enfrente estaba otro que, simplemente, me cae simpático- y que la doble eliminación estaba al alcance de la mano. Y hubo final feliz: Ramos lanzó a las nubes -¡tenía que ser él!- y Schweinsteiger -¡esos golpes en el pecho!- la enchufó. El Madrid a casa, como el Barça, y yo, puño en alto, gritando «¡¡¡Sbastaiger, Sbastaiger!!!».

¿La final? Me importa un carajo quién gane, sinceramente.

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