Julen Arzuaga | Giza Eskubideen Behatokia
Quítense el «verduguillo» y pónganse las pilas
Transcurrido un mes de la muerte de Iñigo Cabacas, el autor analiza todas las maniobras de falsificación de la verdad, «las tácticas de gestión de imposibles versiones oficiales». Tras esa lectura crítica de los hechos, mira al futuro, a un nuevo y necesario modelo policial. Se dirige al colectivo de ertzainas planteándoles que si «no han hecho nada malo y nada tienen que ocultar», se quiten los verduguillos y se pongan las pilas, pues reformar la policía es una labor ingente a la que llegan tarde.
Ha transcurrido un mes desde la muerte de Iñigo Cabacas; un poco más desde la agresión a Xuban Nafarrate y un poco menos de la de los trabajadores de Tubos Reunidos de Laudio o la del conductor de Tuvisa en Gasteiz. Sin duda estas últimas de menos gravedad, pero representativas del espíritu de la enmienda. Hoy podemos valorar en su completitud la actualización de aquellas rancias tácticas de gestión de imposibles «versiones oficiales». Se han aplicado todas las maniobras de falsificación de la verdad a su alcance:
Dilación de los tiempos: la gestión de los hechos del departamento se ha realizado quemando plazos, emitiendo los datos y los presuntos avances de las investigaciones con cuentagotas. Ese es el mejor método para difuminar hechos, arrullar responsabilidades, ahumar opiniones contrarias. La reacción institucional llegó tarde. Una respuesta sobre hechos evidentes que se demora, pretende ocultar algo.
Cortina de humo: se han negado hechos evidentes fabricando explicaciones alternativas -el pelotazo de Cabacas era un botellazo, el de Nafarrate una caída-, que además trasladan la culpa a terceros: en el primer caso aparecía una misteriosa «herriko» en el escenario de los hechos, tumultos generados por dos jóvenes que pelean y después son detenidos -¿con qué motivo?-, se recibe a la Ertzaintza a botellazos. En el segundo caso, hay un contexto de disturbios con el cruce de contenedores. Así, los daños policiales son colaterales.
Transposición de la carga de la prueba: Ares no ha sabido mantener el tipo ante unas críticas merecidas. Críticas legítimas contra la actuación puntual, contra la propia institución y contra la dirección que de ella se ha hecho. ¿No se puede elevar la voz contra la Ertzaintza? ¡Faltaría más! La acusación de «carroñerismo político» además de su repugnante literalidad -¿quién es carroña?- pretende ocultar la más evidente incapacidad de asumir que él y sus predecesores han llevado al cuerpo a donde hoy está.
Cierre de filas: el cuerpo de la Ertzaintza se ha volcado sobre sí mismo. Las declaraciones que han emitido los agentes de pie movilizados y en la calle no pueden ser más despreciables. Desde el orgullo corporativo braman: «sepan que somos ellos y ellos somos nosotros», refiriéndose a sus compañeros trasgresores, no a sus víctimas. Me quedo como argumento horribilis el de que «cualquiera podía haber estado en aquella furgoneta y cualquiera podía haber estado en aquella actuación». Es el colmo de la inversión de papeles: perdón, agente, pero el hecho es que cualquiera podía haber sido Cabacas o Nafarrate. Lo indiscriminado no es su plan de servicio, es su actuación a pie de calle.
Cumplimiento debido: el protocolo «Declaración sobre Policía» del Consejo de Europa de septiembre de 1981 indica que los agentes «no estarán obligados al cumplimiento de órdenes reglamentariamente dictadas que entrañen la ejecución de actos contrarios a la Ley». Apelar a que «solo cumplían órdenes superiores» ha sido la estrategia para declinar responsabilidades individuales que han empleado todas las policías represivas del mundo y de todas las épocas. Somos «unos mandados» dicen los mercenarios.
Dosificación de la impunidad: tardan un mes en designar los instructores de la investigación, pertenecientes al propio cuerpo. Mientras el jefe José Antonio Varela ya asegura que no identificarán al agente que lanzó el fatal pelotazo y que en todo caso habrá que responsabilizar al mando del operativo. El fracaso de la justicia por bandera.
Creo que todos los derroteros por los que han decidido transitar ertzainas y sus responsables, desde que tuvieron que valorar personarse en los hechos hasta la última declaración que sobre ellos han realizado, han sido aciagos. Y evidencian que no es ni algo nuevo ni, lamentablemente, están dispuestos a enfrentar con espíritu crítico en el futuro.
Lo dijo Javier Balza, anterior Consejero de Interior y experto en echar balones fuera: «La Ertzaintza no va a ser un junco que baile hacia un lado u otro en función de la presión, sino que se mantiene fija a pesar de la presión, con mejores o peores resultados, pero fija en su papel». No hay capacidad de resiliencia, de flexibilidad, de adaptación a los nuevos tiempos. Comete errores, pero ni se asumen ni -menos aún- se corrigen. Solo se huye hacia delante.
La -necesaria- lectura crítica de los hechos acontecidos me ha comido el artículo, que confieso pretendía enfrentarlo en clave de futuro: el debate sobre el modelo policial que necesita este país. Cierto que los derechos y deberes de Policía no se pueden matizar en base a intereses, circunstancias o coyunturas concretas. Pero es que el actual escenario político ha virado 180º en lo que a ellos toca. El nuevo tiempo en el que han de moverse es de calado. Que se lo pregunten sino a sus compañeros los escoltas.
Hoy es hipócrita denunciar violencias cuando se mantiene íntegra la propia. Es imposible pretender dar lecciones desde la superioridad moral contra estrategias militares -actualmente en revisión- mientras no solo se mantiene intacta la de uno mismo, sino que continúa su escalada. El cuerpo que se pretendía «civil» ha sufrido una militarización en métodos, materiales, apariencia y sobre todo, actitud hacia la población que no es soportable. La Ertzaintza que se diseñaba a imagen y semejanza de simpáticos bobbys británicos encuentra ahora parangón en las policías más represivas de otros continentes o, mirando a lo cercano, en las fuerzas policiales españolas, tan desprestigiadas y denostadas en este país. La proximidad y empatía con la población ha sido sustituida por desprecio y prepotencia. Más dolorosa aún por anunciarse autóctonos.
Sin duda podrán alegar animadversión explicita y presiones provenientes de múltiples ángulos. Pero hoy no son sino huecas disculpas. Esta policía tiene que reconocer estar al servicio de sucios intereses políticos, económicos y sociales. Tal vez entonces, cuando el enemigo era más claro y su represión más fácilmente justificable, la actuación era más sencilla. Cuando se produjeron las muertes de Imanol Lertxundi, Rosa Zarra y Kontxi Sanchiz en similares cargas antidisturbios de la Ertzaintza, era sencillo justificarlas en base a la guerra sin cuartel a la izquierda abertzale, una guerra con la que consiguieron identificar a importantes sectores de la ciudadanía. Pero ahora el enemigo es difuso, etéreo y se extiende a sectores más amplios. Y según las reformas que anuncian desde Madrid para responder con mayor dureza a protestas pacíficas y ocupaciones simbólicas, el adversario a apalear se desdibuja aún más. ¿Cómo se sitúa ante ello la policía vasca?
Parece que hay mar de fondo también dentro de la Ertzaintza y algunos ya visualizan la necesidad de una adecuación, de una revisión del modelo policial a la altura de los nuevos tiempos. No les aplaudo pues sería dejarles a los pies de sus compañeros. Señalo a todo el colectivo: si realmente tienen claro que «no han hecho nada malo» y no tienen «nada que ocultar», como han osado decir en torno al homicidio de Iñigo Cabacas, que se quiten los verduguillos. Si quieren convertirse en una policía para el pueblo, que se pongan las pilas. La labor por reformar el modelo de policía es ingente. Y llegan muy tarde.