Hay quien asegura que, a estas alturas de la modernidad, el circo es un espectáculo caduco y, si no posee un buen presupuesto para darle vistosidad, resulta incluso deprimente. Aun así, sigue teniendo su toque de ilusión, alegría y tristeza con el que construir una leyenda que le exima de su decadencia y le devuelva su vieja atracción. Como en todo, lo peor, lo deshonroso del circo está en las imitaciones que de él se montan en la vida real y que le roban la seriedad que como todo espectáculo se merece.

Los juicios de la Audiencia Nacional y del Tribunal Supremo pertenecen a ese apartado. Y lo tremendo es que, además, están habilitados para dictar sentencias que se cumplen y llevan a los vascos a la cárcel. El guión lo escribe la Ley de Partidos y el «todavía más difícil» se supera en cada nueva actuación judicial. Los peritos policiales, malabaristas y contorsionistas en la interpretación de los comunicados y zutabes de ETA, de los papeles de Batasuna y de las ruedas de prensa de la izquierda abertzale en la «clandestinidad» del Hotel Abando, componen el único elenco de artistas que sale a la pista y comienza su número animado por el ale hop del ministerio fiscal.

El público se mira consternado y se pregunta dónde se esconde la diversión porque nadie la siente ni la ve. Los acusados escuchan y piensan que de alguna manera aquel circo de realidad antidemocrática realiza ya su última tournée. El jefe de pista en la Moncloa sabe que tiene la carpa agujereada y que por ella se cuelan demasiado los nuevos vientos de Euskal Herria, por lo tanto el espectáculo c'est fini. Hasta entonces ánimo a todos, en especial a los presos. Aurrera hasta ganar.