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ANÁLISIS / ARTE

«This is not the end»

El catalán Ignasi Aballí muestra en Artium obras de nueva producción y una selección de trabajos realizados en los últimos diez años, la mayoría de las cuales forman parte de series más extensas. La obra de Aballí se afianza en el tiempo y, a la vez, huye del estilo.

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Arturo / Fito Rodríguez Bornaetxea

En un diálogo que mantiene el crítico Dan Cameron con Ignasi Aballí con motivo de su exposición de 2005 en el MACBA de Barcelona, el artista catalán describe cómo, tomando como punto de partida la pintura, su trabajo ha ido introduciendo elementos conceptuales en los que la idea tenía cada vez más importancia y el hecho pictórico, menos. Esta «suspensión» de la imagen, esta necesidad de exploración continua de los límites de la práctica artística la define él mismo así: «Empecé a pensar que, en una obra, cuanto menos hay para ver, más deseos hay de ver».

Ignasi Aballí desarrolla desde finales de los ochenta una interrogación directa a aquello que crece entre la idea y la percepción, una trayectoria que con la perspectiva del tiempo se aprecia certera y lúcida dado su desmarque de las tendencias dominantes en aquel momento.

En la obra de Aballí no hay concesiones al estilo o las formas de la imagen, más bien se interesa por los procesos para «secar» toda huella de estilo o por el modo en que la forma se ahoga en el gesto minúsculo, en el giro de sentido, en el proceso, en la rutina como experiencia, en el trabajo como rutina, en la observación como trabajo y en el inventario de todo ello...

De modo que no resulta nada fácil dar cuenta de una exposición como la que se puede ver en Artium, porque se diría que cualquier nota o apunte sobre las piezas que la componen vendría a interferir su depurada concreción y su economía precisa. No es cuestión de aplicar literatura superflua a una propuesta que se explica tan bien a sí misma, que presenta tan eficazmente el ideario de su autor y que, de hecho, implica a la palabra de tal modo en la muestra que no sería deseable el posible cortocircuito que pudiera darse en su descripción o en su instrucción.

Pero será necesario dejar aquí constancia de algunas inquietudes que sin duda provoca la visita. El autor toma efectivamente como materiales de trabajo el objeto y la palabra sometiéndolos a una productiva oposición y traslada esa misma tensión a la ausencia y la presencia, a la transparencia y la opacidad, a la realidad y la ficción. Aballí se toma muy en serio su labor como artista y entiende como nadie la necesidad de leer entre líneas, de mirar «a través» de las imágenes o de inventariar la actualidad como si se tratase de una mercancía voluble.

Para empezar, la exposición, el espacio expositivo que contiene esta muestra, está sujeto a una vigilancia exhaustiva, a una inspección permanente de las condiciones ambientales. Un extenso repertorio de dispositivos miden los casi imperceptibles cambios de temperatura, de sonido, de vibración estructural, de radiación, de la circulación del aire provocada por los visitantes, etc. En un espacio codificado del arte, como es el museo, la cuestión fenomenológica que ha estructurado históricamente la recepción de la obra de arte, queda a través de este «display» reducida (o ampliada) a datos que cambian constantemente y cuyo registro se hace abrumador, inabarcable y a la vez, latente y en cierto modo misterioso. Si el término «interactividad», del que tanto se abusó y se sigue abusando en referencia a la participación del receptor de la obra artística, tenía algún límite, alguna posibilidad de verse atrapada (¿o reflejada?) en su literalidad, esta es sin duda su verdadera solución.

La exposición propone ante todo ese «leer entre líneas» que como sabemos es práctica destacada de su autor, se trata de buscar más lejos: lo que parece vacío esta marcado por las huellas de una presencia, lo que parece inerte resulta estar animado, lo que parece repetido cambia constantemente.

Aballí fotografía el espacio entre las líneas de un texto. Ese espacio constituye el lugar del pensamiento, un espacio posible en donde la obra interpela al espectador y le sugiere una acción que quizá no llegue a alterar las condiciones ambientales, porque está dirigida al entendimiento.

Aballí fotografía un paisaje totalmente oculto por una capa de espesa niebla. Niebla en tonos cambiantes, en distintas densidades. Esta «no imagen» es, de nuevo, un espacio de oportunidad, un espacio para fijar nuestro propio paisaje, para entender que ahí pueden estar todos los paisajes.

Aballí compone collages con recortes de titulares de periódicos que solo usted puede comprender; como solo usted, en la vistita que realice a esta exposición, podrá comprender que no se puede escribir más de lo que allí se muestra o de lo que allí acontece, porque este no es el fin.

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