El proyecto de la gran presa de belo monte, un «belo monstro» para la amazonia brasileña
«UHE Belo Monte, un bem de todos», asegura una de las propagandas de la corporación empresarial Norte Energia, futura propietaria de la tercera hidroeléctrica más grande del mundo, levantada en plena amazonia brasileña.
Luismi UHARTE
La presa de Belo Monte es un viejo proyecto de la dictadura militar de finales de los setenta, que fue rescatado por el Gobierno de Lula. Tras la de las Tres Gargantas en China y la de Itaipú (Brasil-Paraguay), será la tercera más potente del mundo.
El proyecto se inserta en el Programa de Aceleración del Crecimiento del Gobierno de Lula, ahora de Dilma Rousseff, y responde a la filosofía neodesarrollista del Ejecutivo, de combinar capital público y privado (nacional e internacional) para impulsar proyectos de infraestructura funcionales a las industrias estratégicas como la minería.
En este caso, Norte Energia es el consorcio empresarial público-privado que lidera el proyecto, y en el que comparten acciones el grupo eléctrico estatal Eletrobras con capital privado y la multinacional Iberdrola.
El rechazo al proyecto ha sido intenso y ha trascendido las fronteras brasileñas, debido a los enormes impactos que causa una obra de tal magnitud. Ni el Gobierno militar ni los neoliberales pudieron llevarla a cabo y paradójicamente es un Gobierno «progresista» el que está consiguiendo que sea irreversible.
Según el MAB (Movimento dos Atingidos por Barragens), un movimiento que lucha por los derechos de las personas afectadas por la construcción de presas en Brasil, los conflictos en torno a la construcción de presas son recurrentes ya que casi un 90% de la electricidad producida en el país procede de fuentes hidroeléctricas. En la mayoría de los casos, los gobiernos de turno no han otorgado indemnizaciones justas a los miles de afectados directos, además de ignorar a los afectados «indirectos», es decir, a aquellos que no ven inundadas sus tierras pero que son sustancialmente perjudicados en su vida diaria (colapso de sus fuentes de trabajo, degradación de su ecosistema...).
En el caso de Belo Monte, los impactos son múltiples y algunos ya se notan, como es el caso de la desestructuración social y el colapso de servicios básicos (salud...) debido a la llegada masiva de miles de personas en busca de empleo, como ha ocurrido en la ciudad de Altamira, con un aumento de más del 40% de la población en apenas 2 años.
Las pésimas condiciones laborales son otro de los puntos negativos, como nos manifestó un trabajador recién despedido. Transporte deficiente, comida en mal estado, horarios prolongados y constantes accidentes laborales han provocado huelgas espontáneas que no son acompañadas por el sindicato oficial, subordinado a la patronal. Los nuevos líderes de los sindicatos alternativos son expulsados sistemáticamente. Una situación que se repite en centenares de obras del país, según Atenágoras Lopes, representante del sector de la construcción civil del sindicato Conlutas.
La destrucción ambiental, según Oswaldo Sevá, de la Universidad de Campinas, afectará a 1.500 km2 (un 33% de selva nativa), además de los impactos sociales asociados al desplazamiento de más de 20.000 personas. A esto hay que añadir los impactos «indirectos» por el desvío de más de 100 km del río Xingú, que afectará radicalmente la vida de poblaciones pesqueras y agrícolas y la de los pueblos indígenas de las riberas.
Cooptación
Hasta el año 2010, la resistencia de los pueblos indígenas, del MAB y de la coordinadora de movimientos sociales Xingu Vivo, consiguió frenar el proyecto. La corporación, en articulación con el Gobierno, cambió entonces de estrategia, optando por la cooptación masiva de diversos sectores.
Hoy el movimiento indígena, otrora vanguardia de la resistencia, está desactivado tras la compra de sus líderes y la entrega de cheques mensuales por parte de la empresa, según el Consejo Indígena Misionario. Aunque fundamentalmente invierten en la financiación de fuerzas armadas. Las calles de Altamira están plagadas de camionetas de la Policía con el logo de la corporación Norte Energia, ofreciendo una imagen agresiva y explícita del poder del capital.
Mientras tanto, miles de desempleados esperan la oportunidad de trabajar unos meses en alguno de los canteros de obra, con la ilusión de que se produzca un mínimo «derrame económico».
Así, la paralización del proyecto se ha tornado sumamente difícil, por lo que las prioridades se han centrado en la lucha por unas indemnizaciones justas y la reubicación en viviendas dignas de los miles de afectados.
Con Belo Monte, recuerda el profesor Bermann, se repite la «promesa de redención» y salida del subdesarrollo que ya se hizo con la explotación de la goma primero y la construcción de la carretera transamazónica posteriormente. Lo que sí es seguro es que la hidroeléctrica proveerá energía barata al complejo minero-metalúrgico transnacional ubicado en la región. Mientras tanto, los grafiteros de Altamira ya rebautizaron al proyecto como «Belo Monstro».
La presa de Belo Monte será la tercera más potente del mundo, con una producción superior a los 11.000 millones de vatios y afectará al 33% de la selva.
Trabajadores de la empresa Norte Energía, encargada de realizar la obra de la presa de Belo Monte, realizaron una huelga en abril, entre otras razones para pedir mejores salarios, mejoras en el alimento y el agua, formación, seguro de salud, poder visitar a sus familias, que se encuentran en otras regiones, pago de las horas extra, representación sindical y un transporte decente.
Frente a la huelga, la Policía Militar, al servicio de la empresa, cargó con gases lacrimógenos y gas pimienta contra los trabajadores, mientras un helicóptero volaba sobre ellos con fusiles apuntando a los obreros. Uno de los trabajadores fue detenido. GARA