Mikel INSAUSTI

En contra de lo que pudiera parecer, el verdadero mérito de «Starbuck» no está en haber dado con una idea original, sino en acertar a desarrollarla dentro de una comedia modesta y entrañable. Género para el que se muestra especialmente dotado Ken Scott, tras convencer hace tres años con su ópera prima «Les doigts croches». Su asociación con el humorista Patrick Huard para su segundo largometraje dentro del cine quebecois obra una especie de pequeño milagro, porque «Starbuck» maneja un material altamente peligroso, que a buen seguro explotará en manos de Spielberg, que ha adquirido los derechos para la versión anglosajona.

El secreto del éxito de «Starbuck» reside justo en lo contrario de lo que podría hacer Hollywood con un argumento así, mediante la traslación de su desproporcionado planteamiento a una esfera más íntima y cotidiana, reduciendo así sus dimensiones apocalípticas a las de un enredo familiar como cualquier otro. Hay un momento de la película en el que el donante anónimo de esperma quiere hacerse responsable de la paternidad del más de un centenar de hijos biológicos que interponen la demanda para conocer su indentidad, y, contra toda lógica, trata de establecer relaciones con cada uno de ellos por separado. Es ahí donde la propuesta adquiere la significación de la típica metáfora o historia fabulada al estilo de Marco Ferreri. Lo que viene a decir es que un padre, si ejerce de tal, debe querer a sus descendientes por igual y tal como son. Y el protagonista de «Starbuck», al tener tantos, aprende a aceptar los rasgos diferenciales de todos, con sus defectos y peculiaridades.

Exageran o manipulan quienes creen ver en «Starbuck» un canto a favor de la familia numerosa o mensajes «pro-vida», debido a que el donante pertenece a una familia de inmigrantes polacos y católicos. No deja de ser una ironía, al igual que su trabajo de carnicero y la utilización para guardar el anonimato del apodo de un toro semental. Se trata de un inmaduro solterón, criado en un ambiente machista y futbolero.