Mikel INSAUSTI

Nadie daba mucho por esta tardía entrega de la franquicia «Men in Black», debido a que el rodaje fue muy accidentado y el presupuesto se disparó por encima de los 200 millones de dólares. Lo más curioso es que cuando se dio el primer golpe de claqueta el guión todavía no estaba acabado, pero se salvaron los muebles gracias a que contaba con una buena base argumental servida por Ethan Coen, que sigue siendo amigo del ahora realizador Barry Sonnenfeld desde los tiempos en que trabajaba para él y su hermano Joel como director de fotografía. El hermanísimo ha introducido para la nueva aventura de los hombres de negro el concepto del cronocrimen made in Nacho Vigalondo, y es lo que salva la continuidad de la nueva película con respecto a sus dos lejanas predecesoras.

Después de tantos años había que volver con un buen golpe de efecto, y nada mejor que el cambio propuesto mediante un viaje en el tiempo que implica la muerte del agente K. Ya es apostar fuerte el jugar de entrada con el asesinato de uno de los dos protagonistas, una hábil estrategia que facilita el relevo generacional del veterano actor Tommy Lee Jones, demasiado mayor para el cine de acción. Así que el equipo de cuatro guionistas encabezado por Ethan Coen se las ha ingeniado para presentar cómo sería el personaje en los años 60, transformándolo en un novato encarnado por Josh Brolin. La paradoja temporal también facilita el recurso humorístico a través de la ambientación, con lo que de divertido tiene ver al Bill Hader de «Saturday Night Live» en la caricatura de Andy Warhol. El acierto está en no perder las referencias históricas, centradas en el lanzamiento del Apolo XI. El contexto social de la época se respeta igualmente, sin que falten las bromas racistas de entonces para el agente J. Pero quien se lo ha pasado en grande es Rick Baker, sobre todo volviendo irreconocible a Jemaine Clement, del dúo neozelandés Flight of the Conchords, como villano de la función a lo «Métal Hurlant».