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ensayo

Un tal Joshua bar Joseph

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Iñaki URDANIBIA

Paolo Flores d´Arcais es un ensayista liberal-libertario italiano que se mueve por el filo de la actualidad, lo que le ha llevado a tener sus más y sus menos con Juan Pablo II y con el actual papa. Antes de llegar al Vaticano y ser nombrado Benedicto XVI, cuando se le conocía como cardenal Ratzinger ya mantuvieron un animado debate, presentado bajo el significativo título de “¿Dios existe?” (Espasa, 2008), diálogo desde luego más calentito que el que mantuvo el papa con el «comunicacional» Habermas.

Ahora el librito, sustancioso, que se presenta supone un desenmascaramiento en toda regla de las tergiversaciones que comete el papa en sus libros sobre «Jesús de Nazaret» (parece que el octavo mandamiento se la refanflinfa) apoyándose -según dice- en los Evangelios, aunque de hecho, como demuestra con claridad meridiana y aplastante Flores d´Arcais, la base es más bien el credo puesto en pie por Constantino en el concilio de Nicea.

Teologías aparte, el italiano, con el Nuevo Testamento en la mano, pone los puntos sobre las íes y pilla en flagrante delito de falsedad al representante de dios en la Tierra. Aclara el crítico que la invención de Jesús como fundador de una colla de seguidores, Iglesia, es un invento posterior a la vida del tal Joshua bar Joseph que nunca podía haber imaginado el futuro que le iban a dar sus discípulos y las tergiversaciones que sobre su persona y sus deseos fabricarían en base a unos textos de gentes que ni le conocieron, los apóstoles, exponían su pretendida doctrina. El librito se mueve con una encomiable sencillez y apoyándose en citas evangélicas hace ver que tal personaje no pretendía ser el mesías, sino que era un «profeta judío itinerante, un misionero apocalíptico que anunciaba el euangelion (buena noticia) de la llegada inminente, más aún amenazadora, del Reino por obra de Dios», como uno más de los milagrosos curanderos, y otras yerbas, que pululaban, y proliferaban, en aquella época por aquellos lares.

El libro resulta francamente sabrosón y sus argumentaciones inapelables en lo que hace a desnudar al papa en sus falacias argumentativas; igualmente quedan subrayadas los malabares -convirtiendo la creencia gratuita teológica en pretendidos hechos históricos- que realiza el santo papa ante las contradicciones que se dan entre las distintas narraciones evangélicas. Esta imaginación creativa y tramposa es puesta al descubierto aunque, por otra parte, la postura del crítico italiano parece dar por sentada, sin más, la existencia empírica del tal Jesús de Nazaret, cuando desde luego las fuentes neotestamentarias no son creíbles en absoluto. Esto hace más sangrante todavía la torticera manera de usar lo que los creyentes, con su jefe supremo a la cabeza, consideran «palabra de Dios» con el fin de asentar sus supuestas verdades, sin cortarse ni un pelo en falsear sus propios textos. La locura y el absurdo -así consideraban su fe algunos de ellos- apoyados en un cúmulo de mentiras.

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