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Oskar Bañuelos | Periodista

Democracia participativa para Euskal Herria

 

En todas las épocas de la historia las crisis económicas, sobre todo si son sistémicas como la actual, han dejado a las democracias occidentales colgadas del alambre. Pendientes de un hilo; casi siempre de un hilo de autoridad, de monopolio del uso de la violencia como cordón umbilical con el status quo. Y es que, la indignación hoy se combate por dos vías: palo-porra, y zanahoria-multimedia. A hostias, o anestesian- do al personal hasta dejarle en un duermevela tan plácido con anulador de la personalidad. Dos herramientas, para un mismo objetivo. En este campo está ya todo inventado. La herramienta del palo-porra no varía, si acaso se introducen otras pelotas de goma o alguna que otra sofisticada arma policial o legal. La zanahoria varía según la época. Antes toros por pan; y ahora fútbol por desahucios y telebasura para combatir la pobreza y al pobre. El trilero busca que el pringao mire hacia otro lado, mientras se la da con queso. La bolita siempre está en el otro cubilete. Son muchos años de vivir de la trampa y, además, a estos profesionales del engaño en el negocio, en el truco, les va la bolsa y la vida.

La democracia formal, la parlamentaria, la institucional, la que actúa por delegación, históricamente ha aguantado muy mal los derribos por cierre o cambio de negocio, por liquidación por reformas (el capitalismo es lo que tiene, se reinventa a sí mismo con tanta facilidad como los ciervos mudan los cuernos) o por falta de existencias. Quizás, solo quizás, sea porque los políticos profesionales, la clase gobernante y la opositora, anteriormente en el machito, lleva muy bien bajar cuestas, pero se esconde, se escaquea a las primeras de cambio cuando estas se empinan. Cuando se está tanto tiempo en la ociosidad cuesta dar pedales.

Y entonces, ¿qué se puede hacer? ¿Cuál es la salida? Para muchas y muchos la respuesta, o por lo menos una de ellas, es sencilla, pero arriesgada: más democracia y más participación social. Esto es, más democracia participativa. La asignatura pendiente de esta democracia capitalista que goza de una excelente salud después de mil veces muerta y enterrada, es que las instituciones, los partidos, los movimientos sociales abran las puertas de par en par para que entre la participación ciudadana. Votar cada cuatro años (o cada tres o cada seis meses) y elegir a unas personas para que nos representen no es suficiente. Es bueno... es democrático, pero no es suficiente. Y a la vista del resultado, urge, más si cabe, un contrapeso a esta democracia formal: la democracia participativa.

Hace unos días debatía en un medio de comunicación público con un compañero sobre esta cuestión a cuenta de la propuesta de Bildu de realizar una consulta popular sobre la ubicación de la nueva estación de autobuses de Gasteiz. Mi interlocutor no veía la necesidad de consulta y alegaba que «hemos elegido a nuestros representantes y les pagamos para que decidan». ¿Para que decidan por nosotros? Hemos llegado hasta esta fase de la historia para acabar así. Para ese viaje no hacían falta tantas alforjas llenas de sangre, sudor y lágrimas.

Siempre he creído que detrás de la defensa a ultranza de esta concepción mutilada de la democracia, que excluye la democracia participativa, no existe una defensa sincera de la democracia frente a los totalitarismos, sino lo que hay es un miedo atroz a que las personas decidan por sí mismas. No información, no opinión, no participación. En ello subyace, desde mi punto de vista, una numantina defensa de clase, de clase política, por supuesto. Una actualización del despotismo ilustrado, eso sí, democrático, por supuesto.

La decisión del Ayuntamiento de Zestoa de someter a consulta vinculante qué hacer con la fiesta de los toros, es un buen ejemplo de lo que los representantes elegidos deben hacer cuando existe una confrontación de ideas sobre cuestiones de interés general para el pueblo. Una demostración de cómo los representan- tes elegidos pueden dar cauce a la democracia participativa. ¡Ah! Que los proponentes perdieron la votación ¡y qué pasa! Siempre que el pueblo soberano decide en libertad, gana la democracia. Ganamos todas y todos.

Ante tanto sistema averiado y tanto trilero bien haríamos en recuperar y actualizar nuestros antiguos herri batzarrak, verdadera democracia popular de Euskal Herria. Y ahí la izquierda soberanista, además de demostrar que sabe gobernar y que lo hace bien sin perder las esencias, tiene un reto. Un gran reto: apostar por canales de participación social y ciudadana con mayúsculas. Defender, de verdad y sin ambages, una verdadera y auténtica democracia participativa.

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