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J.M. Idoiaga, J.M. Kanpillo, J.M. Lorenzo, R. Uriarte | Comisión de apoyo a los profesores despedidos de la UPV

Una causa con universidad al fondo

Veinte años de intransigencia, y la fuerza de la razón sostiene todavía esta causa. Todavía seis brazos sujetan la pancarta y la levantan cada día en punto, con la fidelidad asombrosa de quien sabe lo que quiere.

Sostener durante veinte años una pancarta a las puertas de la incomprensión es algo más que un hecho asombroso. Más que una muestra de resistencia y obstinación. Es, sobre todo, una causa. Una causa que debería hacer reflexionar a quienes están demasiado ocupados gobernando. Y debería avergonzar, también, la ética y la estética de los que toman las decisiones en nombre de los demás. De los que tapan salidas y soluciones, con el pretexto de las urnas y otras delegaciones confusas. De los que miran a otro lado si lo que ven no les gusta. De los que todo lo dirigen. En las luchas reivindicativas vascas, la pancarta de la UPV ocupa ya un lugar preferente. Desde donde se enfrenta a la incapacidad de una universidad que no lo es. Universidad nuestra, pero de ellos, que es en realidad monoversidad. Que ha recurrido a todo, menos a la razón y a la justicia, para comprender estos veinte años. Universidad que debía ser comunidad y es arbitrariedad

En veinte años, la pancarta se ha ido despoblando de personas y compromisos. Mientras la universidad se escondía tras su muro de amenaza y deserción, el poder devoraba disidentes. Pero la pancarta seguía creciendo, maduraba en argumentos, agigantaba su empeño. Pasaban por ella profesores, alumnos, solidarios, curiosos, periodistas, mediadores, sumandos, divisores... Unos dejando años, meses, días, horas... otros promesas, algunos amenazas. La mayoría, ayuda y ánimo. Cada uno poniendo trozos de tiempo en estos 20 años, de construcción del sueño de aquellos profesores que querían una enseñanza vasca, democrática, popular, ejemplar... Al otro lado, contra la pancarta, se coaligaban policías, jueces, rectores, vicerrectores, arrepentidos, políticos, sindicalistas de todos los colores (en una inusual homogeneidad) consejeros, guardas, palos, porras o celdas, esgrimiendo leyes y ceguera, órdenes y reglamentos.

Veinte años de intransigencia, y la fuerza de la razón sostiene todavía esta causa. Todavía seis brazos sujetan la pancarta y la levantan cada día en punto, con la fidelidad asombrosa de quien sabe lo que quiere. La pancarta es presente y será mañana. Una más entre tantas reivindicaciones sociales, políticas, laborales: «No a los despidos. Sí al diálogo. No a la represión. Sí a la libertad. Soluciones, no sanciones». Es suma del presente y testigo de la vieja resistencia al autoritarismo, que nunca termina. Al centralismo permanente. A la dependencia que oprime y no se oculta. Y a los vicios de una falsa transición. Es la lucha de unos profesores que imaginaron una enseñanza libre e independiente, que solo rindiera cuentas al pueblo. Que pensaron una Universidad vasca, democrática y popular, encontrando la respuesta cesarista de un poder, que tiene burocracia y legalismo en su ADN, en las telarañas intelectuales de aulas y despachos, donde se imparten injusticias, endogamias, abusos... que no caben en veinte años de pancarta.

No sabemos lo que puede durar todavía esta historia de ausencias y desencuentros. No sabemos si quienes protagonizan la heroica costumbre de oponerse al sistema cada día se rendirán alguna vez. Si serán víctimas de un pasado que no merecen. Si la Historia les absolverá o siquiera se acordará de ellos. Confiamos en que una juventud poco rodada por las corrientes de rutina y conformismo, no integrada en los grupos citados, consiga un cambio de las posiciones intransigentes, que redunde en beneficio de su imagen evitando la presencia de esta pancarta acusadora. Pero no lo sabemos. Solo sabemos, pase lo que pase, que su suerte es la nuestra. La de todos los que una vez preguntamos por las cosas y no nos gustaron las respuestas. La de quienes los hemos visto y conocido. Hemos estado con ellos. Hemos sido testigos, compañeros y colaboradores de su firmeza y su futuro.

Horregatik, zorionak, lagunak!

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