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Iñaki Egaña | Historiador

Rescate, credibilidad y cintas de vídeo

Cien mil millones? ¿Por qué no más o por qué no menos? En octubre de 2008, los banqueros españoles pidieron esa misma cantidad para poder salvar los vencimientos de deuda de ese año y del siguiente. A finales de ese año, Zapatero concedía avales por 90.000 millones a un total de 54 entidades financieras. Recordarán que de aquella cantidad, la extinta Caja Navarra solicitó 700 millones de euros. Esos 100.000 millones se correspondían, grosso modo, con el 10% del PIB español. De aquel desembolso, llegó la reforma laboral de Zapatero, apoyada, por cierto, por el PNV.

En junio de 2012 la banca volvió a pedir dinero porque su deuda y los fondos de depósitos que debía colocar para avalar sus tóxicos eran imposibles de pagar o de financiar. Nuevamente 100.000 millones. Las condiciones van apareciendo estos días. De un endeudamiento en torno al 85% del PIB español, se subirá a un 95%. Cuando comiencen a vencer los intereses, la deuda volverá a ser impagable. Y se volverá a un nuevo rescate.

Imaginen todos los ciudadanos de un estado, millones y millones, trabajando durante un año, sin gastar un euro ni siquiera en papel de váter o en patatas cocidas, sin sanidad, ni educación, sin leche para los niños, sin agua corriente, sin cine, ni libros. Todo ello destinado a pagar la deuda. El Apocalipsis que predecían los mayas para 2012. Ese es el escenario hispano para salir de su inmenso agujero. La deuda es impagable.

En este escenario, el tejido vasco se resiente, como no podía ser de otra manera. Un tercio de nuestra producción lo compartimos con España. Si fuera por los dirigentes de nuestro sistema financiero, que en épocas recientes pusieron todos los huevos en expansiones sin sentido y en políticas pegadas al ladrillo, la situación sería más complicada de lo que anuncian. Lo es, sin embargo.

Escuchamos una y otra vez que llueve menos, a pesar del entorno, en nuestro país que en el de los vecinos españoles. Que si el paro está en cotas sensiblemente inferiores, y que los mimbres son más apropiados para resistir y superar la crisis financiera.

Pero las expectativas no son buenas. La alianza del PNV y del PP en el sector financiero y también en el político (Kutxabank y presupuestos 2012 en Diputación de Bizkaia y de Araba) hacen prever un futuro nada seductor para quienes creemos en nuestro país en clave de construcción compartida y no de gestión opaca de sus riquezas.

El españolismo más comprometido ha tirado por la borda en unos años decenas de historia socioeconómica en Navarra. Las diferencias entre el PP, UPN y PSOE han sido tan finas que solo las familias más cercanas han sido capaces de discernirlas. Ha podido más la impronta hispana que cualquier análisis sosegado de la realidad. El concepto España está efectivamente homologado en Europa, a pesar de que su cohesión social está más cerca de la que imprimen los voceros de Intereconomía.

Y en ese interés por desmembrar, descapitalizar y poner zancadillas a cualquier proyecto soberanista (el último con la manipulación del censo), la españolidad ha encontrado a un socio de Estado que, por distintas razones, se ha convertido en su aliado. Y con vocación, en función de los resultados del 25 de noviembre, de ahondar en la alianza. Es una mala noticia, a pesar de que sabemos que en todas las situaciones críticas en las que nos ha tocado vivir en los últimos 40 años, el PNV se ha aliado con el Estado, ha ejercido de valedor. Para contener a la disidencia.

Este es un momento crucial, sin duda. El otro día el observatorio Gaindegia daba a conocer un dato que ha pasado desapercibido. Y no me voy a referir a los habituales de productividad, etc., según los cuales somos bastante más currantes que la mayoría de Europa. El dato apuntaba a la autosuficiencia. Somos el país de Europa, Euskal Herria, que menos importa, es decir, el que más se abastece de lo generado en casa. Una buena noticia para quienes pensamos en clave soberanista.

Sin embargo, retomando el párrafo inmediatamente anterior, las decisiones políticas pueden poner patas arriba el tejido e incluso la red comunitaria de un país. Al comienzo de los 80, en una decisión achacable a UCD, AP y PSOE, la modernización pasó por desplazar al Gran Bilbao de zona estratégica española, desvinculándola de paso como motor de una hipotética Euskal Herria independiente. Las operaciones por el control del BBVA estuvieron en toda aquella estrategia.

Hoy nos encontramos en una encrucijada de mayor calado. Con unos presupuestos de la CAV y de la CFN en manos de quienes han dirigido la estrategia a largo plazo de la desertización de nuestro país, el PNV se ha quedado con el control de Kutxabank, el banco surgido de las cajas. Es, junto a Diputación de Bizkaia, su centro de control remoto para marcar los ritmos de este país.

No hay que olvidar que Kutxabank participa en 226 empresas. Algunas de ellas estratégicas, otras no tanto, para Euskal Herria: Iberdrola, Petronor, CAF, Euskaltel, Ibermática, Enagas, NH, CLH, LaSexta, Serinor, SOS e Ingeteam. Asimismo, Kutxabank posee un número indeterminado de empresas inmobiliarias (37 en Gipuzkoa con más del 50%). Una de ellas, Inverlur SL, perdió más de 296 millones de euros en 2011.

En los últimos meses, y con la excusa de ciertas disposiciones de Basilea III que penalizarían las participaciones de entidades financieras en sociedades industriales, Kutxabank ha intentado vender parte de sus acciones en participadas. Lo logró con el Banco de Madrid (2011) y con parte de Ibermática y CAF. Pero, en todas las ocasiones, ha sido para conseguir liquidez y evitar cargar con las pérdidas, provisiones e incluso multas (Euskaltel) a las participadas.

El desastre llega de la mano de la ambición de poder económico. Una pelea que, por ese camino, el PNV la tiene perdida. Unidos al PP, con vocación de desertizar el país, los jeltzales van a descapitalizar el país para seguir intentando cazar algo en el mercado español. Esa es la gran tragedia de este país. Cuando hace falta un gran acuerdo nacional que nos posibilite una velocidad mayor en nuestra fuga de España, el PNV está cegado en hacer caja. En esperar tiempos mejores a pesar de que sabe, como nosotros, que con la deuda a la par que el PIB, los tiempos mejores son imposibles.

La credibilidad española está bajo mínimos. Después del cuento de Bankia, las consultoras Roland Berger (Alemania) y Oliver Wyman (EEUU) auditarán a los bancos españoles. A pesar de que quien presta sabe perfectamente el estado real de las cuentas, no esos balances permitidos por el Banco de España en los que se cita a Disneylandia como la cuna de las entidades financieras españolas. Lo sabe porque el prestamista es parte de ese teatro de la crisis financiera en el que el guión está ya escrito: reforzar la concentración de capital financiero privado utilizando las arcas publicas.

En esa división del trabajo sucio, los auditores, los gobiernos europeos, saben que esa nula credibilidad financiera es la misma que gastan los aparatos del Estado en toda su parafernalia política en relación al conflicto vasco-español: víctimas, jueces, verificación policial, medios de comunicación... No es excepción. Lo saben porque lo han avalado como hizo el TEDH (Tribunal de Estrasburgo) con la Ley de Partidos. Si un banquero es capaz de ocultar pérdidas de miles de millones, lo de un juez manipulando escenarios es pecata minuta. Y así será.

Lo patético de esta situación se encuentra en la propia respuesta hispana. Celebración de goles en medio del rescate (con foto trucada por «El País» para salvar del escarnio al príncipe falsario); discursos de frenopático entre los que sobresale el de Ana Botella; apelaciones al orgullo en defensa de la piedra de Gibraltar y, sobre todo, exaltación de los valores históricos de la españolidad.

El Estado español rueda hacia el abismo. Sin posibilidad de reconducir su marcha, como un capullo abierto que ya no se cerrará jamás, como el agua caída que no retornará a la nube. Como la muerte. Que las cintas de vídeo, la distracción, se hayan convertido en el eje de su discurso nos enseña la gangrena del sistema. Seamos responsables, una vez más, y abandonemos esta nave en la que solo creen tres payasos, dos charlatanes y un portavoz bancario con una pensión blindada en tantas cifras que su sola mención ya es, de por sí, un insulto a la humanidad.

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