Imitadores imitados, el cazador cazado... Más mitos del rock n' roll
Arrancó una nueva edición del Azkena Rock Festival de Gasteiz. Aquello que se imaginó primero en la mente de algunos soñadores, para luego tomar forma en una primera edición enclaustrada en la sala de la calle Coronación, cumplió once años el jueves. Fiel a su cita, el buen tiempo no faltó y las guitarras volvieron a crugir en el ya mítico recinto de Mendizabala, que comienza a ser una referencia para muchos músicos internacionales.
Izkander FERNÁNDEZ | GASTEIZ
Con tanta crisis, tanto recorte y tanta austeridad no se puede decir que la primera jornada del ARF 2012 escatimara en nada. El horario de prime time lo inauguró Blue Öyster Cult. Viejos conocidos de Euskal Herria, ya tocaron en los setenta en Bilbo y hace seis años en el BBK Live, volvieron a hacer un repaso a su extensa discografía repleta de guitarrazos duros y secos. Generosos con el exceso guitarrero, volvieron a fundirse con el público gracias a clásicos inabarcables. Así, «(Don't Fear) The Reaper» y «Godzilla» seguro que cogieron de sorpresa a más de uno y a más de dos.
Con Israel Nash Gripka se abrió el cielo. Una vez más. Gripka no ha inventado nada y probablemente nunca lo hará. Pero la causa rockera, la música en general, necesita tipos como él. Compositores que fieles a su misión, que no es otra que la de crear grandes canciones, tratan de de hacer de esta vida un lugar más agradable.
Gripka se sienta a escribir sus temas en la misma cafetería de la misma calle que Neil Young, Bob Dylan, los Stones de su particular era country y Ryan Adams. Esa cafetería de paredes doradas donde las canciones respiran siega de trigo y sudan pura esencia campestre. En el directo de Mendizabala Gripka fue de lo más emocionante que se recuerda en años. Desde un planteamiento casi amateur, con una pose casi amateur, sus composiciones hacían el resto. Las sonrisas no podían ser más amplias.
Apertura de círculo
Casi a las nueve el cartel cogía carrerilla. El hard rock festivo y el hard rock pantanoso y de ultratumba tomaba las riendas de las horas centrales de la primera jornada. Comenzaron con las hostilidades Twisted Sister al filo de las nueve. El círculo se abría. Los de Dee Snider impulsaron, sin quererlo, un intenso debate sobre las necesidades del rock duro, sus caminos de progresión, la necesidad de mirarse el ombligo con sentido del humor o su capacidad para repetirse hasta la saciedad sin que huela a cerrado.
Twisted Sister se mueven entre el heavy metal y el rock clásico a base de calambrazos y espasmos melódicos. Varios de esos temblores pasarán a la historia del ser humano y buena parte de ellos sonaron en Gasteiz en un espectáculo completo, pero encerrado en su propia paradoja.
Graveyard también tocan hard rock. Pero en vez de hablar sobre sexo en callejones, lo hacen sobre a qué suena la oscura y tétrica noche en un pantano. Guitarrazos analógicos y mimetismo para el show de los suecos. Sin fisuras, acabaron siendo de lo mejor de la noche junto con Israel Nash Gripka.
Entrega total
Corriendo de un lado para otro le llegó el turno a Status Quo. Rítmicos, urbanos y enfangados como siempre, los Quo volvieron a dar una lección de entrega. El motor de unos Platero Y Tú parece incombustible y, al menos en directo, una auténtica locomotora de rock del bueno.
La noche de los más responsables la cerraron Steel Panther y Pentagram, aunque Porco Bravo y Dropkick Murphys todavía alargarían la fiesta hasta la madrugada.
Steel Panther peligraron. Como invento paródico funcionó por momentos. Como experimento musical también. Sorprendentemente contaron con unos 300 fieles en las primeras filas que reían sus gracias antes de soltarlas. Lo cierto es que a un seguidor del hard rock de los 80 Steel Panther podrían parecerle divertidos, pero quien no fue fan no debería tener derecho a pasarlo bien con el circo de los yankees. La frontera entre la parodia y lo auténtico es muy fina. Difícil de trazar en la mayoría de los casos.
Pentagram en el escenario cantándole a la noche. Un viejo con una Les Paul blanca machacándonos a riffs. Otro tío más viejo todavía desgañitándose y gesticulando con su cara de una forma imposible.
Para los amantes de la guitarra, cómodos en la noche y seguidores del legado de Black Sabbath, aquello era como un sueño. Pero para cualquier snob con ganas de troncharse, también era más paródico que la parodia de Steel Panther. Como si cada uno no tuviese que reírse de uno mismo. Como si no hubiese razones para reírse de todo y, a la vez, de nada.
Se acabó la noche, pero restan dos días muy intensos.
Doce mil espectadores es mucho y poco. Mucho por la dureza callosa de los tiempos que un puñado grande de delincuentes con corbata nos han regalado. Pocos por que una organización siempre quiere más. Se tiene la fortuna de que los precios de entrada están ajustados, aunque dependiendo de la economía de cada uno los puedan ver junto a Plutón. Donde no hay piedad es en las bebidas y comida, servicios esenciales en un festival alejado de posible competencia de barra. Es posible que los precios sean los que tengan que ser, pero queda la sospecha de si con las barras se compensa el precio de las entradas. Bajo estas circunstancias no queda otra: o vas bien hidratado, pasarás por caja o te beberás tu sangre. En lo que respecta a la sesión de hoy, si la de ayer fue sugerente esta parece colosal, siempre teniendo en cuenta la especificidad de Azkena Rock, que no pretende ser Rock In Rio. Frank Turner, Lynyrd Skynyrd, M. Ward, My Morning Jacket, Dan Stuart, The Union, The Darkness... poseen tal pegada que los 12.000 del primer día serán vencidos con facilidad por nuevos fugitivos del rock. Además, entran en acción los tres escenarios con las inevitables solapaciones. P. C.