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Fede de los Ríos

Crónica de un desamor

No ha llegado a un año el enlace, faltan quince días. Los padrinos y madrinas que acompañan a Roberto en su dimisión no podrán cobrar cesantías. Una pena

Con el corazón partío y en un ¡ay! contenido se encuentra el Viejo Reyno. La sin par pareja de la Yoli y el Roberto han partido peras. Él había renunciado a los principios de sus antepasados como muestra de amor y así, capuletos y montescos, disfrutaban de democrático consenso. Se les acabó el amor de tanto usarlo y ahora andan a lo Pimpinela. «Será muy difícil», ha declarado ella conteniendo las lágrimas, «pero no podíamos seguir así».

Si los elementos se conjuran en contra, ocurre como con la Armada Invencible: hasta el amor hace aguas. No fueron uno ni dos los súbditos de la grácil pareja los discrepantes, se cuentan por miles los insumisos a los deseos del ribero Julieto y la burguesa Romea. Un día sí y otro también, en huelga los enseñantes; otro, la función pública al completo celebra San Grebin, con su Riau-riau sobrevenido, mientras en las calles del casco viejo (aldezarra en lengua bárbara) suena la nueva canción del verano: «ló, loló, lololó... loló, Barcina vete ya, Iribas kanpora, ¡Barciiiiiína vete ya!».

El costo del maridaje de la extraña pareja soliviantaba al embrutecido vulgo. Suele ocurrir que cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana. Hasta capuletos riberos sienten contrariedad por la actitud del Julieto de Pitillas para con los montescos.

-«Pero, entonces, maese Álvaro Miranda, ¿a cuánto asciende el montante del diezmo a sustraer a la plebe para que nuestro maridaje y nuestros familiares, amigos y sponsors vivamos como de costumbre? -inquirió Roberto, al ver semejante cabreo del personal-. (No hay que olvidar que Roberto es más de letras y que en cuestión de cuentas, de casta le viene al galgo, le ocurre como a su padre, que necesita un poco de asesora-miento).

Maese Álvaro, hombre de confianza de la Señora y ecónomo del Reyno, amargo y contrariado por lo peliagudo de la pregunta, le espetó: «Como las Cuentas del Gran Capitán: por picos, palas y azadones, cien millones de ducados; por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles, ciento cincuenta mil ducados; por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones; por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados, y finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey a quien he regalado un reino, cien millones de ducados».

Jiménez, haciendo de tripas corazón, manifiesta que «algunos confunden lealtad con sumisión, y este partido, ante la derecha ni ante nadie, no dobla el espinazo». Debe de ser por la artrosis reumática que acompaña al paso del tiempo.

Y como el temido motorista con sobre oficial que llamaba a la puerta del interfecto anunciando su cese en tiempos del Caudillo, así un foral de colorao entregó la misiva que anunciaba la descabalgadura de la vicepresidencia a Trepamari.

No ha llegado a un año el enlace, faltan quince días. Los padrinos y madrinas que acompañan a Roberto en su dimisión no podrán cobrar cesantías. Una pena.

Una cuestión atenaza mi alma ¿Tendrá que pagar Elena Taberna el retratito?

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