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ANÁLISIS | crisis financiera

Desmitificando el euro

El autor sostiene que el euro ha sido un factor esencial en la generación y explosión de la crisis financiera y se pregunta si hay alguna vía distinta de la salida del euro para hacer frente de una forma seria a la acumulación de deuda que amenaza con colapsar nuestras economías.

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EKAI Center I

Se acercan momentos decisivos en la ya prolongada crisis financiera. En estas circunstancias, clarificar el balance y significado profundos de la unidad monetaria europea puede resultar esencial para la adopción de las decisiones oportunas cara al futuro inmediato de las políticas anti-crisis.

Desgraciadamente, nuestros responsables políticos están atenazados por el pánico que el posible cuestionamiento del Euro genera y todavía no son capaces de analizar con objetividad lo que la unidad monetaria ha significado desde su implantación y significa en este momento para el conjunto de la Eurozona. Las declaraciones de estos dirigentes en defensa del Euro están siendo, casi de forma exclusiva, de carácter ideológico o político, como «el euro es el futuro de Europa», «sin euro no hay Unión Europea», etc.

Este tipo de posicionamientos olvidan que la unidad monetaria europea, aunque con consecuencias políticas evidentes, es un proyecto económico, y que como tal debe, en principio, valorarse. Por otro lado, no podemos olvidar que nos encontramos en un momento crítico de una crisis financiera que está a punto de poner en cuestión el futuro social, económico y político de nuestros países.

Por lo tanto, en este contexto, parece imprescindible hacerse, sobre todo, la pregunta básica de en qué medida el Euro ha amortiguado o amplificado los efectos de la crisis financiera sobre el conjunto de Europa y, a la vez, en qué medida el Euro es un instrumento que, cara a los próximos meses y años, nos ayudará a hacer frente a la crisis o, al contrario, será un lastre que dificultará o impedirá a la eurozona salir adelante.

En primera instancia, este análisis económico debe realizarse con frialdad, dejando a un lado motivaciones ideológicas o psicológicas. Sin perjuicio, por supuesto, de que el resultado de ese análisis estrictamente económico sea valorado a la luz de otras posibles connotaciones políticas.

Los dirigentes políticos son los primeros responsables de que en este momento clave nuestros ciudadanos dispongan de los elementos de análisis básicos para una adecuada valoración del significado de la unidad monetaria en el contexto actual.

Y esta valoración política y social puede ser esencial a efectos de las decisiones que vamos a tener que adoptar durante los próximos meses.

Con frecuencia se hace referencia a los defectos estructurales de la puesta en marcha de la unidad monetaria apuntando, por un lado, a la insuficiente capacidad de articular una política económica común a nivel de la Eurozona y, por otro lado, a la dificultad de hacer confluir en la misma zona monetaria a países tan distintos sociológica y económicamente y con barreras sociales, culturales y lingüísticas tan profundas. Ello ha sido ya analizado por EKAI Center. No obstante, en este documento pretendemos apuntar más bien a lo efectivamente sucedido durante estos años.

Es evidente que la introducción del Euro, como la de cualquier unidad monetaria, tiene efectos positivos claros en cuanto a la reducción de costes de cambio de moneda, tanto para empresas como para particulares. También se reducen sensiblemente los costes de planificación y negociación de las operaciones económicas interestatales. Estos hechos, por sí mismos, son claramente positivos para la Economía y han tenido sin duda su peso en la evolución económica de la Eurozona.

Sin embargo, la variable de mayor importancia de la experiencia de la unidad monetaria europea ha sido, sin duda, la movilidad del capital. En principio, para los teóricos de la globalización financiera, todo eran ventajas en la introducción del euro a la hora de facilitar la movilidad del capital. La moneda única multiplicaría los flujos de capital entre los estados de la eurozona, ampliando las posibilidades y la retribución de los ahorradores y facilitando los recursos financieros para consumidores e inversores.

Esta movilidad, efectivamente, se ha conseguido. Pero sus efectos han distado mucho de ser positivos. La mayor distancia geográfica, social y cultural entre ahorro e inversión ha hecho perder la perspectiva del riesgo en muchas operaciones financieras. Los balances de los bancos se han llenado de activos inadecuadamente invertidos en otros países. Los países industrializados han visto su desarrollo mediatizado por falta de capital y los países periféricos se han visto inundados de recursos financieros que su tejido productivo no tenía capacidad de absorber y, consecuentemente, han terminado en inversiones especulativas, burbujas inmobiliarias o burbujas de deuda pública.

De esta forma, la unidad monetaria europea ha retrasado gravemente el desarrollo de los países avanzados europeos y contribuido sustancialmente a generar las burbujas que actualmente amenazan a los países periféricos. El euro ha sido, digámoslo claramente, un factor esencial en la generación y explosión de esta crisis financiera.

Nuestros dirigentes tienen en este momento la responsabilidad de reconocer públicamente estos hechos, de hablar claramente a sus ciudadanos y terminar de una vez con tanta palabrería hueca a la hora de describir las ventajas e inconvenientes de la moneda única europea.

Pero lo más importante de todo es, en este momento, que el Euro es probablemente un elemento negativo esencial para poder hacer frente a la crisis financiera.

El euro nos está impidiendo adecuar las políticas económicas de nuestros respectivos países a la situación y necesidades de cada caso y, en particular, nos está impidiendo hacer frente a la acumulación de deuda con medidas de choque efectivas.

Digámoslo claramente: Ya es probablemente tarde para que, a través de procesos de concursos de acreedores, los bancos vayan progresivamente reestructurando su deuda y el sistema bancario occidental vaya progresivamente redimensionándose. Hemos perdido cinco años. Probablemente ya no hay otro remedio sino medidas de choque que afecten al conjunto del sistema reduciendo drásticamente el nivel de endeudamiento de nuestras economías.

Y ésta es, probablemente, la cuestión clave: Transcurridos todos estos años, ¿hay realmente alguna vía distinta de la salida del euro para hacer frente de una forma seria y suficientemente rápida a la acumulación de deuda que amenaza con colapsar nuestras economías? Si la hay, alguien debería proponerla.

Y que no nos digan que una nueva lluvia de dinero para los bancos. Los ciudadanos europeos podemos ser estúpidos, pero esto ya nos convertiría en suicidas.

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